Sé que os preguntaréis que es esto. Bueno,
en este curso en el que debido a los exámenes no he podido casi continuar las
historias y publicar más que dos relatos (La traición y El último Halloween), empecé
a escribir una historia totalmente nueva llamada El susurro de las palabras. Por ello, he decido concentrarme en
esta hasta que la acabe (Lo que no significa que deje de escribir las otras,
no, las terminaré TODAS en cuanto acabe esta) Así que, aquí os presentó el
primer capítulo.
Capítulo I: Morgan
El aire estaba
impregnado del olor de las flores, los alumnos se sonreían sin parar y los
profesores parecían especialmente desesperados porque las clases acabaran. Pero
no fue hasta que observó el árbol que estaba enfrente de su clase cuando Adrian
advirtió que la primavera se le estaba echando encima.
Adrian nunca prestaba atención a las estaciones, en realidad,
no le importaba lo más mínimo en que estación estuvieran. Nunca salía a la
calle a sentir el frio aire de invierno o el calor del verano. El internado en
el que residía desde los siete años, Buckswood
School, estaba bastante alejado del único pueblo que tenía cerca. Así que
intentar ir al pueblo y salir del internado era algo que solo los alumnos más
experimentados de último curso se atrevían a hacer. Pero, ni siquiera cuando ya
era uno de ellos, se había planteado hacerlo. Ahí fuera no había nada para él.
Aquel día, mientras intentaba
atender a las explicaciones del profesor que estaba escribiendo en la pizarra,
decidió que debía darse prisa, el tiempo se le estaba acabando demasiado
rápido. Solo faltaban dos escasos meses para que el curso acabara y con él su
estancia en el internado. El veinticuatro de junio cumpliría los dieciocho años
y ya no tendría ningún sitio en el que quedarse.
Para entonces tendría que haber
acabado ya su libro. Adrian disponía de todo lo necesario para escribir una
buena historia; una máquina de escribir, unos personajes bien definidos y,
sobre todo, tiempo suficiente para escribirla. Lo único que le faltaba era lo más
importante; el argumento.
Había escrito bastantes relatos a
lo largo de sus diecisiete años y, según sus compañeros y profesores, eran
bastante buenos. Pero ninguno era lo suficientemente bueno o largo para hacer
un libro a partir de él.
-¡Bradley! ¿Piensas quedarte ahí
sentado todo el día?-gritó una voz desde el umbral de la puerta. Adrian ladeó
la cabeza, aturdido, mientras se levantaba y salía de clase.- ¡Vamos!
No se había dado cuenta de que el profesor se había marchado,
tampoco de que se encontraba totalmente solo en el aula. Cruzó sigilosamente el
umbral de la puerta y se dirigió con paso firme a los estrechos pasillos.
-¿En qué demonios estabas pensando?-preguntó uno de los
chicos que le rodeaban.
-Probablemente, en uno de sus libros.-musitó Peter, el mejor
amigo y compañero de habitación de Adrian.-Siempre está pensando en lo mismo.
El resto de los muchachos que les
acompañaban emitió un suspiro de resignación y rápidamente cambiaron de tema.
Los libros que Adrian se empeñaba en empezar y en nunca acabar era un tema
sobre el que ya habían hablado muchas veces. Quizás demasiadas para el gusto de
sus amigos.
Se sentaron en el banco que solían
frecuentar y empezaron a hablar animadamente. Adrian-que se había sentado a uno
de los lados del banco-empezó a pensar. Tenía que buscar inspiración. Pero para
eso tenía que salir fuera, donde pudiera concentrase y ver nuevos escenarios y
nuevas caras. Estaba completamente seguro que ya había agotado hasta la última
gota de inspiración que le daba el internado, sus amigos y sus compañeros de
clase. Había escrito multitud de relatos sobre ellos, incluso el día de San Valentín
se había aventurado a escribir un relato sobre los líos amorosos que a menudo
se formaban en su clase. Pero el relato no había tenido la acogida que él
esperaba. Cuando lo escribió no pensó en que quizás a sus compañeros no les
gustaría que todo el mundo se enterase de lo que realmente significaban esos
murmullos acompañados por risas nerviosas. Después de llevarse varias bofetadas,
que hicieron que sus mejillas permanecieran rojas durante varios días, Adrian
decidió que en el futuro se abstendría
de escribir relatos de amor.
Mientras observaba a uno de sus compañeros de
clase hablar con una chica recordó amargamente la historia del relato de San Valentín
y instintivamente se llevo una mano a la mejilla. Recordar aquello le había hecho
convencerse a sí mismo que debía cambiar. Desde hacía bastante tiempo una
historia se cocía en su mente, pero nunca se había atrevido a escribir nada.
Para él, era una idea de segunda. Pero... ¿Y si fuera lo bastante buena? Esas
palabras resonando en su cabeza hicieron que la idea reapareciera, y tal y como
había aprendido después de perder varias ideas por no apuntarlas a su debido
tiempo, la apuntó sobre el cuaderno que llevaba sobre las piernas.
Ben
llevaba demasiado tiempo sin salir de casa, sin que el sol rozara su piel, sin
mantener una conversación mas allá de
los monosílabos con nadie de carne y hueso. Durante algunos meses afirmó que
pasaría así el resto de su vida, solo en el viejo caserón de sus padres .Pero
aquel día algo hizo que viera las cosas de otra forma. Quizás fue la brisa
fresca de la mañana o el cantar de los pájaros, o quizás simplemente que el
periodo de estar encarcelado en casa había llegado a su fin.
Después
de darse un baño y colocarse la toalla alrededor de la cintura dirigió la
mirada al espejo pero este no le devolvió la imagen que él deseaba. La imagen
que se reflejaba en el espejo lleno de vapor era la de un chaval de unos
diecinueve años algo demacrado y asustado. Golpeó bruscamente el espejo y…
-¿Otra vez igual?-vociferó Mathew en su
oído.- Creía que habíamos salido aquí para tomar un poco el aire.
Adrian negó con la cabeza y cerró el
cuaderno de golpe. Justo como momentos
antes había acabado de hacer Ben con el espejo, pensó, mientras una sonrisa
inundaba su rostro. Por mucho que sintiera unas ganas irrefrenables de irse a
su habitación a sacar a Ben de su triste encierro no lo hizo. Sabía que sería
de mala educación irse de allí sin un motivo aparente para hacerlo.
-¿Cuándo se supone que vendrá?-preguntó
Daniel pasando la mirada por cada uno de los componentes del grupo.- Sería
interesante poder hablar con él, ¿no creéis?
Los demás no mostraron el mismo interés en el chico
nuevo. Adrian, quien hasta el momento no había prestado interés por la
conversación, agudizó el oído en busca de información con la que saciar la
repinta curiosidad que se estaba apoderando de el poco a poco.
Permaneció en silencio durante un rato
mientras escuchaba atentamente la conversación. Según lo que había oído sabia
que esta tarde vendría un chico nuevo al Buckswood School. Que, al
parecer, se llamaba Morgan y había perdido a sus padres en un accidente de
tráfico hace dos meses. Adrian tragó saliva al oír ese dato tan escabroso.
Todos los alumnos del internado tenían historias terroríficas sobre la muerte
de sus seres queridos, pero ninguna se podía comparar con la de Adrian. Sin
embargo, Adrian nunca había sentido el mismo dolor que ellos por la muerte de
sus padres. Probablemente fuera porque la poca memoria que le quedaba sobre
aquellos hechos se lo impedía.
-Me tengo que ir.-dijo de repente
levantándose del banco donde estaba sentado.- Mr. Davis quiere que hable con él.
Todos los presentes sabían que era una escusa barata
con la que poder escabullirse a escribir .Pero, sabiendo cómo estaba cuando
perdía la inspiración, no pusieron ninguna pega a que se marchara. En el fondo
estaban contentos de que Adrian, tras meses sin tocar su vieja máquina de
escribir, volviera a enfrascarse en una nueva historia.
Adrian caminaba por los pasillo del Buckswood sintiendo como la adrenalina le corría por las venas. Llevaba
meses esperando esa historia. A cada paso que daba sentía que conocía un poco
más a Ben. Los compañeros que pasaban por su lado lo miraban con expresión de
hastió. Claramente, ellos no compartían su entusiasmo por nada. Los muchachos
que estaban en el internado además de no ilusionarse con nada ni con nadie no
solían sonreír mucho, lo que en el fondo agradaba a Adrian a quien la gente que sonreía
excesivamente le crispaba los nervios.
Abrió la puerta de su respectiva
habitación y tras oír como la madera crujía con cada paso que daba se colocó en
frente de su mesa. Sus dedos se deslizaban sobre la máquina de escribir
mientras dejaba que su imaginación volara. Sin duda, para Adrian, esa era la
mejor parte del día. En la que abandonaba el internado y se sumergía en un
mundo que creaba él mismo; donde no había límites, ni profesores, ni obligaciones,
donde no tenías porque cumplir dieciocho años.
Golpee
bruscamente el espejo y lo rompí. Oí como los cristales caían al suelo y como
la sangre empezaba a emanar de mi mano derecha. Siempre había sentido una
inexplicable fascinación por ese líquido rojo que poseían todas las personas. Mi
padre solía burlarse de mí diciéndole que por aquel detalle tan extraño tenía
madera de asesino.
Mientras
las lágrimas inundaban las cuencas que se formaban en mis ojos me limpie la
herida que amenazaba con no dejar de sangrar y me vestí. Evitando todas las garrafas
de vino que permanecían en el suelo, abrí la puerta y salí a la calle. Algo me
decía que hoy sería un buen día, el mejor de todos los que podía recordar.
Adrian se detuvo súbitamente sobre la máquina
de escribir. La inspiración había decido abandonarle a mitad de camino. Cogió
una pluma y tachó las dos últimas líneas en las que había liberado a su
protagonista de la prisión. Por mucho que quisiera no podía liberarlo, Adrian,
no recordaba en absoluto como era la vida fuera de las cuatro paredes que
siempre le rodeaban.
Tras escribir las dos últimas palabras
abandonó su sitio frente a la máquina de escribir para tumbarse sobre su raido
somier. Cerró los ojos con fuerza mientras deslizaba una de sus manos por su
pelo; estaba sudando. Antes de que pudiera dejarse caer en los brazos de Morfeo
la campana le avisó de que ya eran la siete y media; la hora de cenar.
La puerta de la habitación se abrió tras
el molesto sonido que emitía cada vez que alguien intentaba abrirla. Adrian
frunció el ceño, en gesto de completo desagrado ante aquel ruido. Tras cambiar
de expresión reparó en que el que había entrado era Daniel y venía acompañado
por alguien al que no recordaba conocer.
-¿Adrian?-preguntó Daniel mientras
comprobaba que su amigo seguía despierto.-Mira, quería presentarte a Morgan.
Adrian se levanto rápidamente y le
estrechó la mano al muchacho de ojos verdes que tenía delante. Después de que
Daniel se encargara gustosamente de hacer las respectivas presentaciones y de
llenar los silencios que a menudo se creaban, ambos se dieron cuenta de que
llegaban tarde a cenar. Junto con Morgan, quien solo se había limitado a
responder a las preguntas que le hacían con monosílabos, se dirigieron al
comedor.
Sin duda, esa no era la primera vez que
Adrian se había intentado escaquear de la cena. Miles de veces no había acudido
a la hora de cenar y nunca le había caído una reprimenda por eso. Pero, claro
está, esa vez era diferente. Estaba seguro de que con Morgan con ellos los
profesores se percatarían de que llegaban tarde. Tragó saliva mientras se
imagino lo que le esperaría una vez que hubieran cruzado las puertas del
comedor.
Los gritos de la señora Monroe se fueron
apagando lentamente mientras ellos seguían limpiando el comedor de los restos
de comida. Suspiraron cuando oyeron que sus tacones se alejaban por el pasillo
que conducía a la biblioteca. La señora Monroe pasaba la mayoría de su tiempo
libre en la biblioteca acompañada del señor Davis, el bibliotecario. Y, a
primera vista, podía parecer una mujer tranquila y agradable. Pero aquello
estaba muy lejos de parecerse a la realidad; la señora Monroe era la profesora
más temida de todo el Buckswood.
-Podría haber sido mucho peor. -murmuró
Daniel mientras limpiaba los últimos trozos de comida del suelo.
-No lo creo.-dijo Adrian negando
súbitamente con la cabeza. Aquel castigo le causaba arcadas, sobre todo si
mientras lo hacia se imaginaba a sus compañeros masticando cada uno de los
restos de comida que había en el suelo.-Nunca había hecho algo tan
terriblemente repugnante.
-Claro que sí.-aportó Morgan, quien
desde el principio no había mediado palabra con ninguno de los dos.-En mi
antiguo internado, este era el castigo más leve que se impartía.
Adrian y Daniel asintieron en señal de
asombro. Quizás, hacerse amigo de Morgan fuera una nueva fuente de inspiración
para Adrian. Después de todo, él era el que más tiempo había permanecido en el exterior.
Un sonrisa atravesó el rostro de Adrian mientras se cercioraba de que aquel día
no podía salir mejor. Quizás hoy no haya
sido el día de Ben, pensó, pero si el
mío.
Recorrió los pasillos en solitario
mientras oía como las risas y los ruidos que producían sus amigos, Daniel y
Morgan, al andar se disipaban sobre el frio aire que inundaba los pasillos.
Abrió la puerta de su habitación y, tras oír el característico ruido que emitía
la puerta cada vez que alguien entraba o salía, entrecerró los ojos en busca de
algún indicio que le dijera si alguno de sus compañeros permanecía aun
despierto. Aparentemente, estaban todos dormidos.
Se despojó de las ropas que llevaba y
las cambió por el costoso pijama que le había regalado su tía las navidades
pasadas, nada parecido a los modestos pijamas que solían llevar sus amigos. Si no fuera por mí, nunca podrías llevar
esto. Ni siquiera con los elementos de padres que tenías. Aquellas palabras
eran las que habían salido de los pintados e hipócritas labios de su tía y,
probablemente, nunca las olvidaría. Tragó el líquido amargo que de repente se
deslizaba por su garganta y se tumbó en la cama, abatido.
-¿Qué tal ha ido?-preguntó Peter
encendiendo la lámpara que estaba depositada sobre la mesilla. Adrian ahogó un
grito. Al parecer, no podría dormir esta noche.-Lo siento, no pretendía
asustarte.
Adrian soltó una risita nerviosa.
-La verdad, puede que después de todo
haya valido la pena. -susurró mientras se tumbaba sobre la especie de cama que
se le había asignado y se cubría con las mantas.-Morgan es un tío legal,
después de todo.
Peter frunció el ceño y, aunque se moría
de ganas por preguntarme más cosas sobre su castigo, tras oír dos “después de
todo” de la boca de su amigo comprendió que Adrian estaba demasiado cansado
como para responder a más preguntas. Adrian siempre que se adormecía solía
decir “después de todo” a todas horas.
-Dejemos el interrogatorio para
mañana.-dijo Peter negando con la cabeza.-No quiero que lo único que pueda
sacar en claro de lo que hoy me digas sea “después de todo”. -soltó una
risita.-Adrian, ¿sigues despierto?
Pero nadie contesto a su pregunta.
Adrian yacía boca abajo sobre su cama mientras dormía con expresión de
agotamiento. Dirigió la vista hacia la ventana donde las gotas de lluvia golpeaban
bruscamente los cristales. Desde que Adrian había empezado a escribir la lluvia
no había amainado. ¿Tendría algo que ver la lluvia con la repentina inspiración
de Adrian? Reprimió una carcajada mientras se lo planteaba. No, aquello era
imposible, los fenómenos atmosféricos no tenían nada que ver con Adrian.
Apoyó la cabeza sobre su roída almohada
y cerró los ojos. Seguramente, mañana la lluvia ya habría desaparecido y solo
quedarían los charcos que se formaban en las aceras. Pero lo que no sabía Peter
era que no dejaría de llover en toda la primavera, ni en el verano. Solo
dejaría de llover cuando lo peor hubiera pasado.
Pues sinceramente me ha encantado! Quiero que sigas con esta me ha enganchado! PD: ya era hora de que aparecieras hahhha. Pásate y beso!
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado.Hoy subiré el capítulo 2.Con esta iré mas rápido porque ya tengo bastante escrito.Un beso y gracias por leer y comentar:)
EliminarMe encanta, quiero más. Realmente es muy buena y mientras iba leyendo, yo mismo me iba inspirando para escribir algo... Gracias!
ResponderEliminarBesos con cianuro.
¡Muchas gracias! Me alegro de que te hayas inspirado tú también como Adrian,el protagonista.Un beso y gracias por comentar:)
EliminarAjnajdsnfnjdasjnkafsdfdnnskafd.
ResponderEliminarQuiero más, que genial *-* ¿En está historia va a haber fantasía? Porque si es que la hay, de verdad, muero de amor.
Me encanta.
Un beso.
Raúl.
Muchísimas gracias,Raúl. Me alegro de que te hayas pasado a leerla y te haya gustado.La verdad es que no te lo puedo decir,sigue leyendo y lo sabrás.Un beso:)
ResponderEliminarTienes mucha iniciativa para crear un blog propio, yo tengo miedo a que me roben mis historias. Este es el primer capítulo tuyo que he leido y me ha apasionado, deseo que todos los demás sean iguales o, si cabe, mejores. Un saludo
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