martes, 9 de julio de 2013

Capítulo IV: Ethan

Capítulo IV: Ethan

El sol bañaba con sus  tenues rayos las calles cuando un ruido alertó a Catherine de que alguien estaba en la puerta de su habitación. Contuvo la respiración y, fingiendo que aun estaba sumergida en un profundo sueño, esperó a que aquel insólito visitante entrara. La decepción pronto hizo mella en Catherine, dado que no era otro que su propio padre quien había entrado en su habitación.

-Sigue dormida.- susurró esta, tirando del brazo de su marido para que se marcharan.-Patrick…vámonos.

-¿No crees que debería enterarse cuanto antes?-Patrick volvió a mirar a su hija, pero, esta vez, lo hizo 
nostálgicamente. Su madre negó con la cabeza y cruzó el umbral de la puerta.- Está bien, esperaremos.

Oyó como la puerta se cerraba y, por el rabillo el ojo, vio como el pomo de la puerta dejaba de girar y unos pasos, acompañados por unos cuantos murmullos, se alejaban por el pasillo. Se incorporó lentamente y se sentó sobre la cama. Quizás lo había hecho demasiado deprisa porque sintió que se mareaba ligeramente.
Se levantó de la cama notando como dejaba de marearse y corrió las cortinas. La lluvia, acompañada por el viento, golpeaba los cristales. Catherine sonrió débilmente. Por mucho que quisiera cumplir cuanto antes el pacto acordado, hoy, no podía hacer nada más que esperar a que la lluvia amainara mientras leía un buen libro. ¿Seguiría con el de Sherlock Holmes? Desechó rápidamente esa idea de su cabeza. No quería leerlo otra vez, no después de lo Ethan. Cada página le recordaba a él y no en un aspecto bueno sino todo lo contrario, le recordaba a que en cualquier momento podía reencontrarse con él y eso la aterraba profundamente.
Cuando se deslizó por el pasillo para dirigirse hacia la cocina en su casa ya no había nadie. Suponía que su padre de habría ido a la tienda y su madre le habría acompañado o, en el peor de los casos, estaría hablando con la madre de Susan en la casa de al lado. Sonrió acordándose de la conversación que habían mantenido sus padres durante el tiempo en el que habían estado en su habitación. Nunca había pensado que llegaría a pensar que sus padres eran más inocentes que ella misma. Pero ahora se reía ante la idea de que ellos creyeran que la protegían cuando, más bien, era todo lo contrario. Ella se estaba encargando de que todo siguiera bien.

-¡Catherine, por lo que más quieras, abre la puerta!-chilló una voz desde la calle.

Catherine abrió lentamente los ojos volviendo poco a poco a la realidad donde una voz, que identificó como la de Nathaniel, le gritaba que abriera la puerta. Se levantó de la mesa y apartó a un lado el libro que seguía exactamente por la misma página que cuando lo había empezado a leer.

-¿Qué te ha pasado?-le preguntó la joven al verlo empapado por la lluvia.

-No lo sé…-contestó Nathaniel con ironía.- ¿A ti que te parece?-miró a Catherine fijamente-A mí, me parece que si no hubiera estado esperando bajo la lluvia a cierta señorita no estaría así.

-Lo siento mucho-se disculpó Catherine intentando permanecer lo más seria posible. Pero le resultaba algo demasiado difícil, Nathaniel tenía el aspecto de un animal empapado y asustado. O, por lo menos, era así como lo veía Catherine.- Suponía que con este tiempo no…

Nathaniel se pasó una mano por el pelo y suspiró. No necesitaba las disculpas de Catherine, la verdad es que, probablemente, se hubiera empapado de todas formas repartiendo los periódicos del día. Sonrió pensado en aquello que si necesitaba. Necesitaba una taza de té con la que poder entrar en calor desesperadamente.

Diez minutos más tarde, Catherine y Nathaniel, permanecían sentados frente a una taza de té, que, a pesar de llevar cinco minutos esperando a que se enfriara, seguía humeando. Hace unos cuantos meses, Catherine habría tachado aquella situación de algo imposible. Todo, meses atrás, le hubiera parecido demasiado surrealista. Nunca hubiera pensado que tendría algo más  allá de la amistad con Ethan Miller, mucho menos que compartiría una taza de té con Nathaniel como si de su amigo se tratase y, menos aun si cabe, hubiera creído que trabajaría para una señora a la que apenas conocía.

-Tienes a Miller echando humo... -comentó Nathaniel justo después de acercar sus labios a la taza y tomar un sorbo.-O al menos eso es lo que se comenta en el pueblo.

Catherine se giró para mirarle y asimilar lo que le acababa de decir. Tiempo atrás no hubiera perdido la ocasión de enterarse de algún cotilleo pero, en la situación en la que se encontraba en aquel momento, lo que dijera o dejara de decir Ethan no la preocupaba en absoluto.

-No veo porqué.- Catherine intentó sonreír.-Nosotros somos amigos y, que yo sepa, no le he hecho nada malo.

-No se trata de lo que has hecho, sino de lo que no has hecho. -Nathaniel se rio por lo bajo.-Eres la primera y la última chica que le hace caso a Miller.

-¿Y qué me dices de Susan, de Mery, de Ashley…?

-Esas solo son sus amigas. Él se abastece de eso, de amigas.

El comentario hizo que Catherine empezara a reírse, incluso cuando no estaba muy segura de que aquello fuera cierto. Ambos se enfrascaron en una conversación sobre aquellos temas que tenía en común y que, para sorpresa de Catherine, eran más de lo que ella hubiera imaginado nunca.”Definitivamente, este chico y yo llegaremos a ser grandes amigos”, pensó con una sonrisa.

De repente, interrumpiendo la conversación y alertando a Catherine, ambos oyeron un ruido proveniente de la ventana. Rápidamente dirigieron la vista hacia la ventana en la que se podía observar como la lluvia todavía no había amainado.

-Habrá sido una rama de algún árbol.- reflexionó Nathaniel-No hay de qué preocuparse.
Pero, en su foro interior, Catherine se preguntaba si de verdad había sido una rama, si la imaginación de ambos les había jugado una mala pasada o si quizás, alguien a quien no habían visto había estado allí. Cerró los ojos y negó con la cabeza. No, aquello no podía ser posible, tenía que dejar de inventarse cosas.

-Creo que debería irme, se está haciendo tarde.-dijo Nathaniel poniéndose en pie súbitamente.

Catherine no opuso resistencia a que se fuera, aunque disfrutara hablando con él tenía  cosas más importantes en las que pensar. Se despidió de él y acordaron que, si la lluvia no se lo impedía, mañana tendría que volver a llevarla al bosque. Catherine se preguntaba porque seguía llevándola allí, sabiendo lo extraño que le resultaría a Nathaniel que alguien quisiera pasar las horas de día en mitad de la nada. Mientras, Nathaniel le seguía el juego esperando descubrir que era lo que hacía, ya que estaba seguro de que no era leer.

En cuanto oyó la puerta crujir Catherine reparó en un pequeño sobre de color blanco que estaba en el suelo al lado de la puerta y en el que no había reparado hasta entonces. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Se apresuró a cogerlo y contempló, asombrada, que la carta era nada más y nada menos que para ella. Tragó saliva y la abrió desdoblando la hoja que contenía en su interior.

La carta en si resulto algo complicado de entender para Catherine. Debido a la lluvia, el papel estaba reblandecido y gran parte de la tinta con la que se había escrito la carta estaba corrida .Aun así, Catherine pudo descifrar de quien era la carta y entender lo que ponía .En la carta, se le mostraba la decepción que sentía su jefa al ver que no había avanzado nada en su plan, se le recordaba con exactitud el tiempo que le quedaba y se le pedía que acudiera a una reunión hoy a las doce.

Catherine estaba harta de aquello. A veces, por las noches en las no podía pegar ojo, se arrepentía de haber aceptado aquel trato con esa mujer. Durante los momentos del día en el que ayudaba a su padre con la tienda, en cambio, sentía que era lo mejor que podía haber hecho. Todo aquel torrente de sentimientos contradictorios le estaba haciendo perder la cabeza poco a poco. Pero, como se había recordado muchas veces a sí misma, ya no había marcha atrás.

Cogió su paraguas y se enfundó en su chaqueta mientras doblaba la carta y la metía en uno de los bolsillos de su vestido.

Recorrió las calles acompañada únicamente del sonido de las gotas de la lluvia al caer contra la acera. En cierto modo, se alegraba de hacer eso sola. No hubiera soportado tener la compañía de Ethan o de Susan en aquellos momentos.

Susan y ella habían sido amigas durante muchos años y, por lo que a Susan respectaba, aun lo seguían siendo. Pero las cosas habían cambiado desde que Catherine se había visto obligada a acceder al trato que le proponía su actual jefa. Apenas veía a Susan, únicamente cuando se reunían los padres de ambos para cenar. Durante estas últimas semanas en las que se había dedicado a pensar, se había limitado a estar con Ethan. No recordaba haber hablado con Susan desde su cumpleaños, pero tampoco le hacía falta. Para Catherine, era mejor estar sola que mal acompañada.

Casi sin darse cuenta había llegado a su destino. A pesar de haber estado allí más de una vez, la sola idea de tener que llamar a la puerta y decirle a una de las criadas quien era, la hacía temblar. Suspiró y golpeo suavemente la puerta con los nudillos.

La puerta se abrió y tras ella se dejó ver a una joven de aspecto deplorable que no podría tener muchos años más que Catherine. Probablemente, tendría unos diecinueve años. La joven tenía el pelo rubio recogido en un moño y unos ojos azules enmarcados por unas grandes ojeras.

-¿Qué quiere?-le espetó la joven.

-Vera, me llamo Catherine Maidlow y…-empezó la joven titubeando.

-Perdone las molestias, señorita Maidlow.-la interrumpió una señora mientras reprimía a la joven con la mirada. Catherine se figuró que aquella mujer era la misma que la había conducido al salón la última vez que había estado allí.- Pase, la están esperando en el salón.

La condujeron, tal y como habían hecho la vez anterior, hacia el salón por el pasillo. Pero, esta vez, Catherine se fijó en las fotos que estaban colgadas en la pared. A la izquierda, había una foto en blanco y negro que le llamó la atención. En ella aparecía un chico rubio, sonriente, con una mujer rubia a su lado. Catherine se paró en seco mientras la observaba detenidamente.

Cuando desvió la mirada de la foto y buscó a la ama de llaves-que supuso que sería la señora que le había abierto la puerta-con la mirada y se encontró con un joven que salía del salón con el semblante sonriente. Al igual que la chica rubia, a Catherine le pareció que aquel chico no podía tener muchos años más que ella. ¿Dieciocho? Quizás.
-Que pase, que pase.-dijo indicándole a la criada que la dejara pasar.

El salón tenía el mismo aspecto que la última vez que había estado allí. Catherine incluso habría jurado que corría el mismo aire por aquella habitación. Los muebles no se habían movido ni siquiera unos milímetros y los cojines seguían perfectamente alineados. ¿Cómo podría vivir algún ser humano ahí?

-Veo que ha recibido mi carta, Catherine.-la mujer sonrió-Iré al grano, creo recordar que apenas quedan dos escasos meses para que acabe el plazo para cumplir tu trato.

-Lo sé, pero el tiempo está dificultando mucho…-se intentó disculpar Catherine.

-No hace falta que te disculpes, querida.-la mujer cruzó las piernas y la miró sonriente. Catherine se preguntó si alguna vez dejaba de sonreír de aquella forma tan macabra.-Solo quería que lo tuvieras presente, nada más.

Catherine sintió que aquello era una invitación para que se marchara. Pero, justo cuando se disponía a abandonar la casa, el ama de llaves  le sirvió una taza humeante de té. Y antes de que pudiera darle las gracias a aquella mujer, su jefa se enfrascó en una verborrea sobre el sujeto del que se tenía que encargar. Cuanto más oía hablar sobre él, Catherine se preguntaba porque quería hacerle eso.




Catherine se volvió a poner su chaqueta y tras despedirse del ama de llaves-que ahora sabia que se llamaba Sra. Thomas-, salió por la gran puerta y sintió como el frio aire se colaba por dentro de su ropa, haciendo que la joven temblara ligeramente.

De repente, mientras caminaba prácticamente enfrascada en sus pensamientos, divisó a Ethan al otro lado de la calle. No, no podía ser él. ¿O sí? Catherine sabía que aquel era uno de los barrios más ricos de su pueblo y que Ethan no vivía muy lejos de allí. Pero nunca se había encontrado con él en todas las veces que había acudido a esa casa. ¿Por qué se lo tenía que encontrar justo hoy? Catherine entrecerró los ojos para tener una visión más clara y dedujo que, efectivamente, aquel no podía ser otro que Ethan.

No quería tener que saludar ni tener una conversación con él que no fuera más allá de los monosílabos y de los; ¿Qué tal estás?, Bien, ¿Cómo te va?, Bastante bien. Catherine se rio de sí misma por aquellos pensamientos. Ethan y ella no podrían mantener esa conversación, ya que apenas habían pasado unos días desde la última vez que se vieron. Ambos sabían que al otro le iba bien, como siempre.

Levantó la vista para seguir andando hasta su casa, Ethan  parecía que se había esfumado bajo la lluvia. Ya no quedaba ni rastro de él. Catherine dio un paso hacia atrás, algo aturdida. ¿Se estaba volviendo a imaginar cosas? Quizás solo tuviera una prodigiosa imaginación o Ethan había estado allí realmente. Que hubiera estado allí significaba que la había visto y que, por lo tanto, el también estaba evitándola. Catherine sonrió al contemplar también esa opción. El día mejoraba.

Su casa volvía a estar completamente vacía salvo por la presencia de Joshua, el pequeño gato persa de la familia Maidlow. En aquel momento, el pequeño animalillo de color blanco impoluto y sus padres, era lo único que tenia Catherine. Pero sabía que era a los únicos que necesitaba, aunque sus padres creyeran lo contrario, Catherine no necesitaba casarse con nadie y mucho menos con Ethan.
El día seguía estando nublado, lleno de nubes grises que amenazaban con provocar una tormenta en cualquier momento. Pero para Catherine y Nathaniel, con el solo hecho de que no estuviera lloviendo, ya les valía para emprender su camino de todos los días.

Catherine había aprendido a apreciar la tranquilidad de aquel lugar. Sin duda, era un buen lugar en el que poder leer sin ruidos o intromisiones. Aunque disfrutaba mucho leyendo en aquel lugar, Catherine no olvidaba el hecho de por qué estaba allí. Pero… ¿Qué más daba si leía durante un rato? Catherine se sentó en la hierba y se dispuso a seguir leyendo hasta que notó que unos ojos la miraban. Se levantó violentamente y miró a través de los muros que rodeaban el internado. No pudo ver nada con claridad, salvo lo que parecía una ventana de una habitación.

-¿Qué, has leído mucho?-le pregunto Nathaniel mientras la esperaba. ¿Lo estaba diciendo con ironía?
Catherine sonrió y movió la cabeza afirmativamente, aunque supiera que era mentira. No había podido leer ni siquiera una página. Ya que había estado demasiado ocupaba observando a aquellos chicos que la observaban desde la ventana de su habitación. Pero decidió que era mejor abstenerse de decírselo a Nathaniel.

-He leído dos capítulos.-mintió mientras sonreía-Ha sido una mañana muy productiva.

Después de todo, no le había mentido a Nathaniel en todo. Había sido una mañana fructífera. Su plan empezaba a estar en marcha. Catherine sonrió mientras recorría el bosque hasta llegar al pueblo. Su jefa, estaría verdaderamente orgullosa de ella y de que ya estuviera cumpliendo parte del trato. Ya había cumplido una de las cosas más difícil, después le tocaría lo más fácil y al acabarlo, simplemente, faltaría el final. Y, entonces, sería completamente libre.


Catherine se despidió de Nathaniel y entró a casa completamente empapada por la lluvia. Su vestido blanco de algodón se le pegaba a la piel. Catherine frunció el ceño preguntándose cuando tendrían un día de sol. No tenía ni idea de que no podría disfrutar de uno hasta que todo hubiera acabado y no hubiera marcha atrás.

martes, 2 de julio de 2013

Capítulo III: Ben Aldridge

Capítulo III: Ben Aldridge

-Y con esto, señores, creo que se pueden hacer una idea aproximada de lo que os va a suponer el próximo examen de literatura.
Todos los alumnos mostraron cierto desagrado ante aquel comentario procedente de la señora Monroe. Adrian se preguntaba porque ahora, justo cuando ya le había llegado la inspiración, los profesores les acribillaban con exámenes. Chasqueó la lengua y, después de coger sus libros, se deslizó escaleras arriba hacia su habitación. No pensaba ir a música. De todas formas, él ya sabía tocar tanto el piano como la guitarra. ¿Para qué le servirían en un futuro las clases que impartía el señor Wood? Sin duda alguna, no le servirían para nada.
-¿A dónde te crees que vas, jovencito?-la voz de la señora Monroe resonó en todo el pasillo.-Mas te vale que no sea lo que estoy pensando.
Adrian se dio la vuelta precipitadamente y notó como un nudo se tejía en su garganta, cortándole la respiración. Echó una mirada hacia atrás y contempló, tranquilizándose, de que no era a él a quien la señora Monroe estaba llamando .A él no lo había visto. Sus ojos estaban fijos en el pobre Morgan quien intentaba hacer lo mismo que él, pero había tardado más de lo que debía.
Morgan no se había adaptado tan bien al Buckswood como todos pensaban que lo haría. Al contrario que todos los chavales del internado, Morgan no quería un futuro. Es más, el no lo necesitaba. Todos los demás, incluso Adrian, se preparaban para buscarse un trabajo en cuanto cumplieran los dieciocho. Pero los planes de Morgan eran completamente diferentes. Morgan decía que en cuanto cruzara las puertas del Buckswood a finales de junio sería un hombre rico y no tendría de que preocuparse. Todos reían y asentían nerviosamente ante aquellos comentarios que hacia Morgan cada vez que se hablaba del futuro. Estaban empezando a pensar que a su nuevo amigo, Morgan, no le quedaba ni una pizca de cordura.
Adrian desterró rápidamente esos pensamientos de su cabeza y entró en su habitación. Justo antes de que se sentara en silla frente a su máquina de escribir, percibió unos pasos que se acercaban por el pasillo y que intentaban abrir la puerta .No quiso imaginar lo que le pasaría si lo encontraban ahí. Se metió debajo de su somier y dejó de respirar momentáneamente.
Unos zapatos de color negro cruzaron la habitación y, tras dejar pasar la mirada por las tres camas que había, dejaron un paquete de color azul y un sobre encima de la cama de Adrian. Después, sonrió y se marchó mientras silbaba alegremente. Adrian salió de su escondite y se limpió el polvo que se había pegado a él durante los minutos que había permanecido Martin en la habitación.
Martin era el conserje del internado y, probablemente, la persona que mejor llevaba residir en aquel agujero para ratas lleno de musgo. Él se encargaba de entregar las cartas de los familiares a los pocos afortunados que las recibían.
Pero, aquella vez, al observar el papel del envoltorio de paquete y la firma de la carta Adrian se sintió más desalentado que nunca. Muchos de sus compañeros, los que contaban con padres vivos que aun se acordaban de su existencia, se alegraban cada vez que les escribían cartas. Pero a Adrian la única que le solía escribir, a excepción de su tío en marcadas ocasiones, era su tía.
                                                                                               Londres, 3 de Mayo de 1930
Querido Adrian,
Me pregunto si habrás notado la ausencia de mis cartas últimamente. Sí es así lo siento muchísimo, pero el tiempo me impide escribirte mucho más de lo que en realidad me gustaría. Me encantaría contarte con detalle cómo están tus primos y tu tío y, si fuera posible, que pasaras unos días aquí en Londres con nosotros. Pero, como tu bien ya sabes, el trabajo nos lo impide.
Adrian paró de leer súbitamente. El perfume que desprendía la carta y las palabras hipócritas y sofisticadas con las que su tía le decía que no querían que estuviera con ellos le ponía, literalmente, enfermo. Durante unos segundos contempló vagamente la posibilidad de dejar la carta y el misterioso paquete a un lado y seguir trabajando con Ben. Esta mañana, en  clase de Álgebra había encontrado un apellido para él. Ahora Ben ya no sería Ben sino Ben Aldridge.
Movido por la curiosidad, decidió seguir leyendo la carta en busca de alguna pista que le dijera que era el paquete y para que se lo habían enviado a él. Quizás, solo quizás, pudiera ser algo bueno para Adrian.
¿Qué tal te va en los estudios ?Espero firmemente que tus notas no hayan bajado. Pero estoy muy preocupada por lo que la señora Monroe me contó de ti cuando la llamé. ¿Es verdad eso, Adrian? Nunca lo hubiera esperado de ti, un chico tan listo y con tantas cualidades, que incitara a un alumno nuevo a faltar a la cena y que luego se negara a cumplir el castigo que se le había impuesto.
Si eso es verdad me temo que tu tío y yo deberíamos hablar contigo tarde o temprano, mejor temprano que tarde. Pero, no te preocupes, no te he escrito esta carta expresamente para sermonearte por lo que hiciste. Te he escrito esta carta porque, sintiéndolo muchísimo, me temo que no podrás venir con nosotros a Londres en las próximas vacaciones. Ya sé que dentro de dos semanas es el aniversario de la muerte de tus padres y por eso hemos pensado que lo mejor para ti, que estas tan ocupado con exámenes y demás, seria quedarte en el internado e ignorar la fecha. Tu tío y yo nos ocuparemos de ir a misa y de cambiarles las flores, por eso no te preocupes, mi querido Adrian.
Por último, pero no por eso menos importante, quería decirte que hace tiempo que me cuentan muchas cosas sobre tu nueva afición. ¿Quieres ser escritor? Eso es fantástico, Adrian. Seguramente a estas alturas de la carta te preguntarás que tiene que ver todo lo que te he dicho con el paquete que probablemente ahora mismo estés sujetando entre tus manos. Te lo diría, pero prefiero que lo abras y que antes de tirarlo como has hecho siempre con nuestros regalos, le echaras por lo menos un vistazo.
Un abrazo,
Elizabeth Bradley
Adrian no sabía qué hacer. No sabía si echarse a llorar desconsoladamente, si abrir el paquete como forma de consolación o si gritar para calmar su enfado. Finalmente las lágrimas que se agolpaban en sus ojos decidieron por él y empezó a llorar. Cada año, la situación con su supuesta “familia” empeoraba. Pero este año había sido la gota que colmaba el vaso. ¿Demasiado ocupado en exámenes para faltar tan solo un día? ¿A quien pretendía engañar esa mujer diciendo que “creo que eres un chico tan listo y con tantas cualidades”? Lo que Elizabeth pensaba de él, sin duda, era que aun era y sería un niño imbécil. Pero, en cierto modo y debido a la impotencia, Adrian se sentía exactamente así, como un imbécil.
Hizo una bola de papel con la carta y la tiró por la ventana lo más lejos de su vista que pudo. Otras veces había guardado las cartas que le enviaba su tía para después reírse con sus amigos mientras releían las palabras que rezumaban falsedad, pero, esta vez, no quería volver a ver esa carta. Se limpió bruscamente las lágrimas que aun corrían por sus mejillas y le dio un puntapié para apartar el dichoso paquete de su cama.
Se tumbó con la mirada perdida en la inmensidad y suspiró, dejando volar sus pensamientos. Su tía le había arrebatado cruelmente las ganas de hacer cualquier cosa. Miró de reojo su máquina de escribir y las hojas que ya había escrito, que le imploraban en silencio que siguiera escribiendo. Adrian sonrió, después de todo no iba a permitir que su tía le arruinara en día, ni la vida mucho menos.
Las luces del alba iluminaban mi habitación obligándome a despertarme. Me desperté con el dolor de cabeza habitual que me perseguía desde hacía bastante y con el añadido de estar casi sin voz. Pero eso era lo de menos, de todas formas, yo no tenía a nadie con quien hablar. Mientras pasaba la mirada por la habitación sentía asco por todo y, sobre todo, por mí mismo. ¿Cómo había llegado yo a estar en esta situación?
Recorrí la casa abriendo ventanas e iluminando habitaciones a las que el sol no había tocado en, probablemente, años. Quizás, la hora de cambiar de modo de vida habría llegado. Un ruido me alerto de que alguien estaba llamando a la puerta de casa. ¿Quién podría estar tan desequilibrado para acercarse aquí? Después de caer en la depresión, no se puede decir que tratara muy bien a mis vecinos. No traté decentemente a nadie. Me ruboricé al recordar aquel comportamiento tan imperdonable y abrí la puerta.
-¿Qué es eso, Adrian?-pregunto una voz desde el umbral de la puerta, que  segundos más tarde Adrian identificó como la de Peter.
-No es nada.- musitó Adrian restándole importancia al asunto.-Algo de mi tío.
Peter era curioso por naturaleza y desde que Adrian y él se habían conocido diez años atrás siempre había querido saber todo aquello que le rodeaba. Pero, esa vez, Adrian no tenía ganas mas que de dedicarse a perderse en el mundo de Ben y hablar con Morgan como fuente de inspiración.
-Está bien.- dijo Peter cambiando repentinamente el tema de conversación, lo que sorprendió a Adrian, quien se esperaba que Peter lo atosigara hasta abrir el paquete.- ¿Qué tal llevas lo de literatura?
Adrian sintió que se estaba empezando a marear. ¿Examen de literatura? Buscó vagamente un recuerdo de eso en su cabeza y recordó las palabras de la señora Monroe antes de marcharse de clase hoy. ”Y con esto, señores, creo que se pueden hacer una idea aproximada de lo que os va a suponer el próximo examen de literatura” Se levantó de la silla y bajo la mirada atenta y desconcertada de Morgan cogió sus libros de literatura y cruzo la habitación.
-Si me necesitáis, estaré en la biblioteca.-dijo, como forma de cortesía. En realidad, esperaba que nadie lo necesitara hasta mañana.-Pero, claro está, solo a menos que el internado arda. Si no, ni os molestéis.
Peter soltó una carcajada y observó como su amigo salía de la habitación y se iba a la biblioteca. Él ya había estudiado literatura y, al contrario de lo que hacían los otros alumnos, él no solía estudiar la víspera al examen. Prefería dedicar ese tiempo a descansar.
 Se tumbó sobre su lecho y miró a todos lados en busca de algo con el que pasar el rato que le quedaba de soledad. Adrian había estado escribiendo, lo que significaba que podría leer algo más de la historia a la que aun no le había puesto nombre. Se sentó en frente de la máquina de escribir, pero al contrario que Adrian, Peter no tocó nada salvo las hojas que ya estaban escritas. Sonrió, a él le gustaba leer lo que Adrian escribía, en cierto modo y aunque Adrian no lo admitiera del todo, sus historias eran buenas.
Justo cuando Ben estaba a punto de abrirle la puerta a alguien, alguien llamó con los nudillos a la suya, haciendo que se sobresaltara. ¿Quién no estaría estudiando? Entonces, mientras esa pregunta invadía sus pensamientos antes ocupados por Ben, supo que quien estaba tras la puerta no podía ser otro que Morgan.
Se levantó de la silla y giró el pomo de la puerta para descubrir, con cierta satisfacción, qué había acertado; era Morgan.
-¿Se puede?-preguntó Morgan con el semblante sonriente.
Peter asintió haciendo un gesto con la cabeza para indicarle a Morgan que entrara.
-¿Qué haces que no estás estudiando como si la vida te fuera en ello?-Morgan miró la habitación en busca de algún tipo de apunte o algún libro. Pero todo estaba sumido en una extraña calma.-Quiero decir…-dijo dirigiéndose a Peter quien permanecía ausente con la mirada perdida en un papel que yacía en el suelo.-, pensaba que todos estaríais estudiando.
-No me gusta estudiar el día previo al examen.-Peter sonrió.-Una de mis manías.-Morgan asintió algo confundido.-Prefiero estudiar varios días antes y después solo repasar.
Morgan chasqueó la lengua y se sentó en la cama, completamente vacía, de Adrian. A veces, Morgan, creía que sus amigos tenían una idea aproximada de cómo era la vida fuera de los muros de piedra que impedían que salieran del internado. Otras, en cambio, pensaba que solo eran un grupo de fracasados que se esforzaban en aprobar el curso para nada. Él no tenia motivo alguno para perder el tiempo en exámenes, después de todo, al salir del internado sería asquerosamente rico.
-¿Dónde está Adrian?-Peter frunció el ceño. No le gustaba que Morgan pasara tanto tiempo con su amigo. Tenía la sensación de que lo único que quería hacer Adrian en estas fechas era hablar con Morgan y escribir. ¿Dónde habían quedado las tardes en las que ambos se divertían releyendo las cartas de su tía?-Creía que estaría contigo.
- Estudiando, no quiere que nadie lo interrumpa. Ya sabes, Adrian se toma  enserio sus notas.-dijo Peter con algo de retintín.
Morgan frunció el ceño y siguió paseando la mirada por la habitación. De todos los chicos que había conocido en el poco tiempo que llevaba en el Buckswood Peter era, sin duda alguna, el que peor le caía. Aunque continuamente sentía  que aquel era un sentimiento mutuo que ambos compartían. Pero, por lo que a Morgan respectaba, no pensaba irse del grupo sin importar lo que pensara Peter de él.
-¿Qué se supone que es eso?-Morgan señaló con el dedo índice la máquina de escribir de Adrian y el montón de papeles que estaban apilados en un montón a su lado.- ¿Puedo leerlo?
-Supongo que sí.- titubeó Peter. No sabía si debía dejarle leer las historias pasadas de Adrian. Pero, como Adrian pensaba usar a Morgan como fuente de inspiración, supuso que a estas alturas le daría igual. Le tendió el ultimo que había escrito el año pasado.-Este está muy bien.

Atrapado en una historia interminable
Adrian Bradley
Cuenta la leyenda que existía un joven escritor que vivía atrapado sufriendo la misma historia cada curso de su vida. Y la historia que vivía era una historia que ni él mismo, aun siendo escritor, podía cambiar. No elegía a los personajes ni se podía permitir el lujo de conocerlos lo suficiente, el personaje que este año ocupa el papel de antagonista podía ser el que años atrás hubiera sido un personaje secundario.
Los principios siempre seguían el mismo patrón. Septiembre era el mes donde se ponía la primera letra de aquel nuevo capítulo de la historia interminable. Era por aquellos días de no demasiado calor ni tampoco de excesivo frio, cuando él conocía a la que más tarde se la apodaría la antagonista de la historia. En los meses siguientes no cabían lugar a las dudas ni tampoco a las preocupaciones. Por aquel entonces, el protagonista no había puesto ni los ojos en la persona que constantemente estaba a su lado.
Diciembre, fue uno de los meses que también paso desapercibido por la historia del joven escritor. Pero, cuando enero anunciaba su entrada, algo casi imperceptible se formó en la atmósfera que lo rodeaba. Apenas fue un murmullo o quizás simplemente un suspiro, o, probablemente, un parpadeo lo que hizo decisivo el cambio.
El joven escritor empezó a reparar en su entorno, y, quizás justo a tiempo, se dio cuenta de que la antagonista estaba justo a su lado. Los días desde aquel momento fueron cambiando, las palabras a las que antes se les adjudicaba simplemente un tinte cariñoso  entre personas que se conocían, cambiaron de aspecto.
Pronto, el joven escritor, perdió el sentido de la razón para convertirse en alguien únicamente guiado por lo que hacía o dejaba de hacer la otra persona. Se hizo dependiente de la antagonista. Y, cuando todo parecía acercarse a uno de los más esperados finales felices, cuando la historia parecía que por fin cambiaba, entonces, fue cuando todo se torció igual que las veces pasadas.
Todo empezó a cobrar un sentido sombrío y lúgubre que sumió al joven escritor en una de las peores incertidumbres que había sufrido a los largo de los años. Las palabras que le habían parecido sinceras y que realmente tenían un tinte cariñoso ahora le golpeaban bruscamente los oídos haciendo que se sintiera realmente ultrajado de su dignidad. Todo lo que por el momento había indicado que la antagonista no sería verdaderamente ella, ahora era mentira. Una vez más, solo había servido como objeto de burla.
Ya en junio, cuando la historia amenazaba con acabar, el joven escritor, sumido en la desesperación y en una de las peores depresiones a las que había sido sometido a lo largo de la historia, se dejó caer en el pozo de la amargura hasta que el curso acabara y se despidiera de la antagonista para siempre. Una vez más, la historia se había vuelto a repetir desde el primer párrafo hasta el desolador final. Una vez más, el joven había perdido contra el cruel destino.
-¿Y así acaba?-preguntó Morgan a quien le brillaban los ojos. Peter sonrió, al parecer, le había gustado el relato de su amigo.- ¿No hay segunda parte?
-Desgraciadamente, no.-respondió Peter.- Técnicamente el relato volvería a empezar desde el principio.-Peter señaló con el dedo los primeros párrafos del relato.-Y el protagonista volvería a septiembre para volver a vivir la historia. De ahí a que se llame “Atrapado en una historia interminable”.

Adrian se adentró en la biblioteca, que estaba llena de gente. Escrutó la estancia con los ojos entrecerrados en busca de su sitio. Maldijo por lo bajo cuando se dio cuenta de que alguien se había adelantado a sus pasos y le había usurpado el sitio .Atravesó la biblioteca y encontró un sitio en  la última fila. Después de todo, el sitio no estaba tan mal. Pero no era su sitio. No era el sitio desde donde llegaba perfectamente el aire de la ventana y desde donde el sol calentaba la silla para que no pasaras frio.
Abrió su libro de literatura por el principio de los tres temas que entraban en el examen y suspiro. Estaba perdido. Echó una mirada hacia la ventana y observó que el sol aun brillaba resplandeciente. Para cuando saliera de allí, ya no quedaría ni rastro del sol.
Las horas pasaban lentamente mientras Adrian permanecía sin apartar, ni siquiera durante un segundo, la vista del libro. Ya casi era media noche pero le había dado tiempo a estudiarse los tres temas. Y, si el cansancio no se lo impedía, quizás podría aprobar el examen. Debía aprobarlo. Si no aprobaba se vería obligado a tener que soportar otra de las cartas de su tía y, si el suspenso era demasiado llamativo, una de su tío.
-¿Qué?-dijo el señor Davis recogiendo los libros que tenia sobre su mesa.- ¿Qué tal lo llevas?

-La verdad…-Adrian titubeó antes de decir que no sabía cómo le saldría. Debía tener una actitud positiva ante aquel examen.-, es que bastante bien.

viernes, 28 de junio de 2013

Capítulo II: Catherine

Capítulo II: Catherine

Las luces del alba se colaban entre las cortinas de su habitación. Abrió los ojos lentamente mientras se levantaba de la cama y estiraba sus agarrotados y doloridos músculos de los brazos. Hoy sería un nuevo día, como ayer, como mañana, como siempre. Pero para Catherine sería un día igual que todos, un día lleno de desdichas.
Se alisó con las yemas de las manos el camisón que usaba para dormir y se dirigió hacia el cuarto de baño. Una vez allí, encendió el chorro de la bañera y dejó que se llenara de agua caliente. Cuando el agua amenazaba con salir y empapar todo lo que encontrara por su paso y cuando el camisón reposaba doblado en una de las esquinas del cuarto de baño, Catherine se sumergió en el agua caliente.
Después de vestirse se sentó enfrente del tocador y con un peine empezó a desenredar suavemente los bucles que se formaban al final de su pelirrojo pelo. No tenía tiempo que perder, tendría que darse prisa si quería cumplir el acuerdo. Así que, tras mirarse una vez más en su espejo y, tras hacer la cama, se enfundó en su chaqueta y salió por la puerta de casa.
Las calles estaban completamente vacías y en ellas reinaba la desolación. Catherine sonrió mientras se cercioraba de que era la lluvia quien había hecho que toda la gente del pueblo se quedara en casa. A ella le encantaba la lluvia y, a pesar de que odiaba empaparse la ropa y que esta se le pegara a la piel, le gustaba quedarse en casa leyendo un libro mientras sujetaba una taza de té en los días de lluvia. Por todo aquello y por algunos detalles más, Catherine era considerada una chica rara. Pero, en realidad, lo era.
-¡Catherine!
La chica se dio la vuelta y se encontró con un muchacho de pelo castaño que la miraba mientras sonreía .Catherine profirió una maldición antes de contestar a lo que se le antojó un estúpido saludo.
-Ethan…-susurró mientras levantaba la mano a modo de saludo. No esperaba encontrase con él justo allí.- ¿Qué estás haciendo tú aquí?
-Verás, es que iba a la tienda de tu padre justo cuando te he visto.-dijo el chico mientras sonreía ampliamente. Catherine odiaba el modo que tenía Ethan de mirarla y, más aun si cabía, odiaba su sonrisa cuando estaba con ella.- Así que me he preguntado si a la señorita Maidlow  le molestaría mucho mi presencia durante el corto trayecto que nos une.-sonrió.-Espero que no porque si es así ya sabes que puedo irme…
-Será un placer, señorito Miller.- mintió Catherine. La compañía de Ethan no era lo que necesitaba en este momento. No, no, no, ahora no. Pero no le quedaba más remedio que ser cortés.
El rostro de él se iluminó y anduvo hasta que se colocó en frente de la chica y le dio un beso en la mejilla izquierda. Para Catherine sería un trayecto muy largo, larguísimo. Ethan hablaba por los codos y más cuando estaba con ella. Le gustaba contarle con detalle lo que hacía con sus amigos y los planes que tenía para el fututo, que para la desgracia de Catherine, la incluían a ella también.

Nunca se había alegrado tanto de ver el cartel de “El susurro de las palabras” que anunciaba la librería que tenía su padre .Era un nombre raro, pero a Catherine le encantaba. Su padre solía decir que las palabras también hablan y que un libro no solo cuenta la historia que encierran sus páginas, sino, de algún modo, cuentan la historia de la persona que estuvo al otro lado escribiéndolo. De la persona que creó a los personajes y se encargó de darles vida para que otra pudiera disfrutar de ellos. Catherine, a pesar de haberse leído unos cuantos libros, nunca había podido oír el susurro de las palabras. Tampoco había entendido nunca la conexión que poseía la historia con su creador. Pero esperaba poder hacerlo algún día no muy lejano.
Ethan apartó la puerta de la librería para que Catherine pudiera pasar mientras saludaba a su padre. En cuanto entraron les invadió el olor a libros nuevos que caracterizaba a la mayoría de las librerías. Solo por aquel olor, Catherine  habría pasado el resto de sus días allí.
-Buenos días, señor Maidlow.-dijo Ethan mientras daba un par de pasos para acercarse y estrecharle la mano al señor Maidlow.- ¿Cómo va la mañana?
-Buenos días, Ethan.-dijo con gesto afable mientras correspondía a su saludo y echaba un vistazo en dirección hacia Catherine.-Veo que no vienes sola hoy.-una sonrisa inundo su rostro.- ¿Qué te trae por aquí, Ethan?
Mientras Ethan le relataba con detalle a su padre el motivo de su visita, Catherine aprovechó para escabullirse e irse a la trastienda. Recorrió con la mirada cada una de las estanterías que cubrían ese lado de la tienda en busca de su libro, el que había ocultado hace días. Y en la estantería cinco contando desde la derecha, más concretamente en el estante dos, estaba su libro.
Se lo guardó debajo de su brazo derecho y atravesó precipitadamente el resto de la tienda mientras su padre buscaba algo en una de las estanterías.
-Hasta luego, Ethan.-musitó antes de cruzar el umbral de la puerta. Dirigió la vista hacia el lugar donde su padre seguía buscando un libro y añadió:-Padre, nos vemos en la cena.
Justo cuando se disponía a pisar las frías calles una mano tiró de ella haciendo que se tambaleara ligeramente.
-¿Nos veremos después?-le preguntó el muchacho mientras se aseguraba que el padre de la joven no escuchara la conversación.-Espero que esto no cambie lo de siempre.
Catherine forzó una sonrisa e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Se verían esta noche, al igual que todas las noches anteriores. Los encuentros furtivos que tenía con Ethan la ayudaban a olvidarse de los fantasmas que la perseguían constantemente, pero ninguno de los dos se podía permitir permanecer más tiempo del necesario juntos. Sobre todo si Catherine tenía en cuenta los sentimientos de Ethan hacia ella.
Sus pensamientos la aturdían tanto que no se dio cuenta de que la lluvia le estaba empapando el vestido y el pelo. Se refugió debajo del dosel de la cafetería de la señora Smith mientras abría el libro por la mitad. Tal y como esperaba, nadie se había adelantado a sus pasos y había cogido aquel papel que le pertenecía. Lo desdobló y encontró escrita una dirección.
De pronto las piernas le empezaron a temblar y sintió que los nervios se estaban apoderando se ella. ¿Tendría el suficiente coraje de hacerlo? Catherine no lo sabía pero intuía que lo que quería ya no importaba. Ahora ya no importaba lo que quisiese si no lo que debía hacer. Lo que quería y lo que estaba a punto de hacer estaban demasiado lejos. Hace unos cuantos años jamás se habría imaginado que a ella, Catherine Maidlow, le fuera a ocurrir aquello.
Golpeó la puerta con los nudillos esperando a que alguien le abriera. Tras unos segundos en los que intentó controlar las repentinas ganas que tenía que salir corriendo y olvidarse de todo aquello, una señora de aspecto demacrado le abrió la puerta y la invitó a que pasara.
Todo en aquella casa resultaba escalofriante. Los muebles estaban colocados con absoluta corrección y no había ningún indicio que te indicara que allí habitaba algún tipo de ser humano. El gris, el blanco y el negro predominaban en todo el salón. El único color que se podía encontrar era el procedente de uno de los cuadros que estaban colgados en las paredes.
-Siento la espera, querida.- comentó una voz femenina a la vez que se sentaba al otro lado de la estancia, justo enfrente de Catherine.-Tenía asuntos más importantes de los que ocuparme. ¿Has pensado en lo que te propuse?
-A cada minuto del día.-musitó la joven. Cada vez que debía hablarle a alguien que le inspiraba temor la voz le fallaba y hablaba en completos susurros.-Y he decido aceptar.
La mujer, que estaba ataviada con un vestido que Catherine se imaginó que valdría más de lo que ella podría soñar en toda su vida, le mostró una sonrisa que helaba la sangre y cruzó las manos sobre sus piernas. Ella tragó saliva y dirigió la mirada hacia el suelo.
-Perfecto, entonces.-exclamó con cierto grado de entusiasmo en la voz.-Me gustaría que pudieras empezar cuanto antes. Recuerda, querida, apenas faltan dos escasos meses.
Catherine asintió y se dispuso a salir de la habitación cuando un terrible pensamiento la invadió por completo. ¿Podría no cumplir su promesa?
-Perdone-susurró mirando a la mujer de reojo-, ¿está segura de que cumplirá su promesa?
-Oh, querida, por eso no tienes que preocuparte.-levantó su mano derecha solemnemente.-Te lo prometo.
Catherine sonrió y salió hacia el vestíbulo donde la misma señora de antes la condujo hacia la salida de la casa. Nunca antes había sentido tantas ganas de abandonar un lugar. El orden, la precisión, la limpieza y la exasperante perfección que definían aquella casa la abrumaban y hacían que se sintiera incómoda. Por eso se alegró tanto de ver las inhóspitas y sucias calles que caracterizaban a la pequeña localidad en la que residía.
Volvió a doblar el papel y lo metió justo por la mitad del libro. Se lo colocó nuevamente debajo de su brazo izquierdo y se encaminó hacia la tienda de su padre. Le había mentido, se verían antes de la hora de cenar. Mientras caminaba por las calles, aunque estaba rodeada de gente, se sentía completamente sola. En realidad, por mucho que estuviera con Ethan, lo seguía estando. Y, probablemente, después de cumplir el trato con la señora lo estaría aun más. Pero, ¿Qué podía hacer? No le quedaba otro remedio para salvar a su familia de lo peor. Se sentía capaz de hacerlo, solo una duda la asaltaba a cada instante. ¿Cómo podría dormir todas las noches después de hacer aquello?
Entró y saludó con la cabeza a su padre, quien tras contarle el motivo por el que había venido Ethan, había empezado a hablar sobre el muchacho. A su padre le encantaba Ethan, Catherine se imagina que era porqué, en cierto modo, le recordaba a el mismo. Pero una cosa tenía clara Catherine; ella no era ni sería nunca como su madre.

-Catherine.-la llamó su madre desde la cocina mientras la miraba, impasible.- ¿Me ayudas a poner la mesa?
Después de cenar, tal y como solía hacer todos los días, se escabulló hacia su habitación y, tras cambiarse de vestido, salió por la ventana. Anduvo hasta situarse en frente de la plaza más cercana a su casa y esperó pacientemente la llegada de Ethan. Cuando el reloj había dado más de las doce de la noche, cuando Catherine llevaba ya diez minutos esperando, entonces Ethan se dignó a aparecer con el semblante sonriente.
-Siento la tardanza.-tartamudeó mientras se sentaba a su lado.-He tenido que ocuparme de unos asuntos familiares pero ya está solucionado.
-Mi padre me ha contado el motivo por el que viniste hoy a la tienda.-dijo Catherine apartándose un poco del muchacho y mostrando una sonrisa irónica.-Que curioso, pensaba que tú, Ethan Miller, aborrecías la lectura. Mira por donde, me equivocaba.
-Tú misma lo has dicho, antes.-dijo el joven apartándole un mechón de pelo de la cara.-Ahora me intereso mucho más por esas cosas.
Catherine sintió ganas de vomitar y de salir cuanto antes de allí. Ya no podía seguir con esto, ni mucho menos después de saber lo que Ethan y su padre tramaban juntos. Miró al  chico de arriba a abajo y no encontró ninguna razón para estar con él más tiempo. Ethan era su amigo, mas por el momento no quería que fuera nada más que eso, su amigo.
El chico se acercó hacia ella y la besó suavemente.
-¿Te marchas ya?-preguntó levantándose súbitamente.-Catherine…
-Debo irme.- susurró la chica mientras se revolvía el pelo.-Mañana tengo varios asuntos de los que ocuparme.
-Hasta mañana, entonces.
Pero Catherine no lo volvería a ver o, al menos, era lo que pensaba cuando abandonó la plaza y se sumergió en las tenebrosas y oscuras calles. La palabra mañana significaba para ella mucho más que para él. Para ella, mañana seria el día en que empezaría lo peor. En el fondo confiaba en que, pasado un tiempo, Ethan se olvidaría de ella. Apenas se conocían de hace meses y el joven se había encaprichado de ella. ¿Cuánto tiempo podía tardar en olvidarse de lo poco que había pasado entre ellos?
Catherine siguió andando por las somnolientas calles hasta que llegó a su casa y, como si de un ritual se tratara, entró por la ventana, convencida de que nunca más lo tendría que volver a hacer .Pero, como tantas otras veces, Catherine se equivocaba.
Mientras tanto el joven Ethan se mordía el labio inferior a causa de la desesperación. Nunca había pensado que llegaría a salir con ella. Pero el tono con el que ella le había dicho que “mañana” tenia asuntos que resolver le hizo darse cuenta de que mañana no aparecería por la plaza. Ni mañana, ni nunca más.

Los haces de luz se colaban por la ventana impidiendo que Catherine siguiera durmiendo. A veces, prefería no levantarse hasta bien entrada la mañana y otras prefería levantarse antes de los miembros de su casa se levantaran. Pero ya no importaba lo que ella quisiese, el tiempo estaba en su contra y dos meses, como le había dicho aquella mujer de aspecto distinguido, pasan demasiado rápido para que pierdas en tiempo en pequeñeces tales como dormir.
No siguió el mismo ritual que siempre y tampoco se puso su vestido blanco de algodón. Prefirió vestirse y dejar que las ondulaciones que se formaban en las puntas de su pelo siguieran allí. Se puso su vestido de color gris y se encaminó hacia su destino con piernas temblorosas.
Le hizo señas con la maño a Nathaniel, un joven que jamás de separaba de su bici, y este accedió llevarla hasta las afueras del pueblo. A las afueras de su pueblo natal había un bosque y mas allá, aunque todos los habitantes del pueblo salvo algunas chicas de la misma edad de Catherine y, por supuesto, la señora lo ignoraban, estaba el internado Buckswood School; un internado mayoritariamente para chicos.
 Catherine había ignorado su existencia hasta que un día, entre tazas de té y propuestas de cómo mejorar su modo de vida, la señora le había enseñado como ir.
Catherine se había hecho una idea aproximada de cómo sería aquel lugar. Pero no se parecía nada a la realidad. El internado era un lugar realmente gigantesco y, probablemente, bastante antiguo. Lo único que se podía distinguir desde el exterior eran los muros de piedra repletos de musgo que lo rodeaban completamente.
-¿Por qué me has hecho traerte aquí, Catherine?-dijo Nathaniel, cabizbajo.-Este lugar me produce escalofríos. Enserio, larguémonos de aquí.
-No seas cobarde, Nathaniel.-le reprimió la chica mirándole.-Bien sabes que en el pueblo no hay ningún sitio en el que poder leer en tranquilidad. Por eso estoy aquí.
-Mira que eres rara…-musitó Nathaniel recorriendo el lugar con la mirada.- ¿Qué pretendes, que te traiga y te lleve aquí todos los días?
Nathaniel soltó una carcajada irónica que demostraba que se encontraba en completo desacuerdo con el plan de la chica. Pero Catherine no pensaba rendirse tan pronto, de todas formas, tampoco podía hacerlo aunque quisiese. Le había dado su palabra a aquella mujer y la decisión era irrevocable, ya no podía dar marcha atrás.
-Exactamente.
-Y luego te preguntarás porque en el pueblo creen que eres un bicho raro…-la chica le envió una mirada suplicante.-Lo haré, pero solo porque, extrañamente, me caes bien.
Catherine sonrió gratamente satisfecha. Realmente, no confiaba en que Nathaniel la ayudara y mucho menos conociendo la reputación que tenía en el pueblo. Quizás ella y aquel chico podrían ser amigos en un futuro. Catherine no sabía porqué pero Nathaniel le inspiraba confianza.
Cuando Nathaniel se alejó ella se sentó lo más cerca  posible del internado y empezó a leer. Con las preocupaciones de las últimas semanas se había olvidado completamente de lo placentero que resultaba leer un libro que te gustaba. Y, el que sujetaba sobre sus delicadas manos, era sin duda uno de los favoritos. El mismo que ayer había comprado Ethan.
Deslizó las manos sobre las páginas y pronto el tiempo y el espacio a su alrededor dejaron de existir. Catherine ya no era ella misma. Ahora se había convertido en Sherlock  Holmes y en su ayudante Watson quienes debían resolver un asesinato. Mientras se sumergía en la lectura no tuvo tiempo de reparar en que unos ojos curiosos la observaban fijamente. Pero Catherine no se daría cuenta hasta que, tras acabar ese libro y alguno más, llegara el momento de la verdad.


Entonces, todo empezaría y nadie podría pararlo.

martes, 25 de junio de 2013

El susurro de las palabras:Capítulo I

Sé que os preguntaréis que es esto. Bueno, en este curso en el que debido a los exámenes no he podido casi continuar las historias y publicar más que dos relatos (La traición y El último Halloween), empecé a escribir una historia totalmente nueva llamada El susurro de las palabras. Por ello, he decido concentrarme en esta hasta que la acabe (Lo que no significa que deje de escribir las otras, no, las terminaré TODAS en cuanto acabe esta) Así que, aquí os presentó el primer capítulo.  


Capítulo I: Morgan

 El aire estaba impregnado del olor de las flores, los alumnos se sonreían sin parar y los profesores parecían especialmente desesperados porque las clases acabaran. Pero no fue hasta que observó el árbol que estaba enfrente de su clase cuando Adrian advirtió que la primavera se le estaba echando encima.
Adrian nunca prestaba atención a las estaciones, en realidad, no le importaba lo más mínimo en que estación estuvieran. Nunca salía a la calle a sentir el frio aire de invierno o el calor del verano. El internado en el que residía desde los siete años, Buckswood School, estaba bastante alejado del único pueblo que tenía cerca. Así que intentar ir al pueblo y salir del internado era algo que solo los alumnos más experimentados de último curso se atrevían a hacer. Pero, ni siquiera cuando ya era uno de ellos, se había planteado hacerlo. Ahí fuera no había nada para él.
Aquel día, mientras intentaba atender a las explicaciones del profesor que estaba escribiendo en la pizarra, decidió que debía darse prisa, el tiempo se le estaba acabando demasiado rápido. Solo faltaban dos escasos meses para que el curso acabara y con él su estancia en el internado. El veinticuatro de junio cumpliría los dieciocho años y ya no tendría ningún sitio en el que quedarse.
Para entonces tendría que haber acabado ya su libro. Adrian disponía de todo lo necesario para escribir una buena historia; una máquina de escribir, unos personajes bien definidos y, sobre todo, tiempo suficiente para escribirla. Lo único que le faltaba era lo más importante; el argumento.
Había escrito bastantes relatos a lo largo de sus diecisiete años y, según sus compañeros y profesores, eran bastante buenos. Pero ninguno era lo suficientemente bueno o largo para hacer un libro a partir de él.
Bradley! ¿Piensas quedarte ahí sentado todo el día?-gritó una voz desde el umbral de la puerta. Adrian ladeó la cabeza, aturdido, mientras se levantaba y salía de clase.- ¡Vamos!
No se había dado cuenta de que el profesor se había marchado, tampoco de que se encontraba totalmente solo en el aula. Cruzó sigilosamente el umbral de la puerta y se dirigió con paso firme a los estrechos pasillos.
-¿En qué demonios estabas pensando?-preguntó uno de los chicos que le rodeaban.
-Probablemente, en uno de sus libros.-musitó Peter, el mejor amigo y compañero de habitación de Adrian.-Siempre está pensando en lo mismo.
El resto de los muchachos que les acompañaban emitió un suspiro de resignación y rápidamente cambiaron de tema. Los libros que Adrian se empeñaba en empezar y en nunca acabar era un tema sobre el que ya habían hablado muchas veces. Quizás demasiadas para el gusto de sus amigos.
Se sentaron en el banco que solían frecuentar y empezaron a hablar animadamente. Adrian-que se había sentado a uno de los lados del banco-empezó a pensar. Tenía que buscar inspiración. Pero para eso tenía que salir fuera, donde pudiera concentrase y ver nuevos escenarios y nuevas caras. Estaba completamente seguro que ya había agotado hasta la última gota de inspiración que le daba el internado, sus amigos y sus compañeros de clase. Había escrito multitud de relatos sobre ellos, incluso el día de San Valentín se había aventurado a escribir un relato sobre los líos amorosos que a menudo se formaban en su clase. Pero el relato no había tenido la acogida que él esperaba. Cuando lo escribió no pensó en que quizás a sus compañeros no les gustaría que todo el mundo se enterase de lo que realmente significaban esos murmullos acompañados por risas nerviosas. Después de llevarse varias bofetadas, que hicieron que sus mejillas permanecieran rojas durante varios días, Adrian decidió que  en el futuro se abstendría de escribir relatos de amor.
 Mientras observaba a uno de sus compañeros de clase hablar con una chica recordó amargamente la historia del relato de San Valentín y instintivamente se llevo una mano a la mejilla. Recordar aquello le había hecho convencerse a sí mismo que debía cambiar. Desde hacía bastante tiempo una historia se cocía en su mente, pero nunca se había atrevido a escribir nada. Para él, era una idea de segunda. Pero... ¿Y si fuera lo bastante buena? Esas palabras resonando en su cabeza hicieron que la idea reapareciera, y tal y como había aprendido después de perder varias ideas por no apuntarlas a su debido tiempo, la apuntó sobre el cuaderno que llevaba sobre las piernas.
Ben llevaba demasiado tiempo sin salir de casa, sin que el sol rozara su piel, sin mantener  una conversación mas allá de los monosílabos con nadie de carne y hueso. Durante algunos meses afirmó que pasaría así el resto de su vida, solo en el viejo caserón de sus padres .Pero aquel día algo hizo que viera las cosas de otra forma. Quizás fue la brisa fresca de la mañana o el cantar de los pájaros, o quizás simplemente que el periodo de estar encarcelado en casa había llegado a su fin.
Después de darse un baño y colocarse la toalla alrededor de la cintura dirigió la mirada al espejo pero este no le devolvió la imagen que él deseaba. La imagen que se reflejaba en el espejo lleno de vapor era la de un chaval de unos diecinueve años algo demacrado y asustado. Golpeó bruscamente el espejo y…
-¿Otra vez igual?-vociferó Mathew en su oído.- Creía que habíamos salido aquí para tomar un poco el aire.
Adrian negó con la cabeza y cerró el cuaderno de golpe. Justo como momentos antes había acabado de hacer Ben con el espejo, pensó, mientras una sonrisa inundaba su rostro. Por mucho que sintiera unas ganas irrefrenables de irse a su habitación a sacar a Ben de su triste encierro no lo hizo. Sabía que sería de mala educación irse de allí sin un motivo aparente para hacerlo.
-¿Cuándo se supone que vendrá?-preguntó Daniel pasando la mirada por cada uno de los componentes del grupo.- Sería interesante poder hablar con él, ¿no creéis?
Los demás  no mostraron el mismo interés en el chico nuevo. Adrian, quien hasta el momento no había prestado interés por la conversación, agudizó el oído en busca de información con la que saciar la repinta curiosidad que se estaba apoderando de el poco a poco.
Permaneció en silencio durante un rato mientras escuchaba atentamente la conversación. Según lo que había oído sabia que esta tarde vendría un chico nuevo al Buckswood School. Que, al parecer, se llamaba Morgan y había perdido a sus padres en un accidente de tráfico hace dos meses. Adrian tragó saliva al oír ese dato tan escabroso. Todos los alumnos del internado tenían historias terroríficas sobre la muerte de sus seres queridos, pero ninguna se podía comparar con la de Adrian. Sin embargo, Adrian nunca había sentido el mismo dolor que ellos por la muerte de sus padres. Probablemente fuera porque la poca memoria que le quedaba sobre aquellos hechos se lo impedía.
-Me tengo que ir.-dijo de repente levantándose del banco donde estaba sentado.- Mr. Davis quiere que hable con él.
Todos  los presentes sabían que era una escusa barata con la que poder escabullirse a escribir .Pero, sabiendo cómo estaba cuando perdía la inspiración, no pusieron ninguna pega a que se marchara. En el fondo estaban contentos de que Adrian, tras meses sin tocar su vieja máquina de escribir, volviera a enfrascarse en una nueva historia.

Adrian caminaba por los pasillo del Buckswood sintiendo como la adrenalina le corría por las venas. Llevaba meses esperando esa historia. A cada paso que daba sentía que conocía un poco más a Ben. Los compañeros que pasaban por su lado lo miraban con expresión de hastió. Claramente, ellos no compartían su entusiasmo por nada. Los muchachos que estaban en el internado además de no ilusionarse con nada ni con nadie no solían sonreír mucho, lo que en el fondo  agradaba a Adrian a quien la gente que sonreía excesivamente le crispaba los nervios.
Abrió la puerta de su respectiva habitación y tras oír como la madera crujía con cada paso que daba se colocó en frente de su mesa. Sus dedos se deslizaban sobre la máquina de escribir mientras dejaba que su imaginación volara. Sin duda, para Adrian, esa era la mejor parte del día. En la que abandonaba el internado y se sumergía en un mundo que creaba él mismo; donde no había límites, ni profesores, ni obligaciones, donde no tenías porque cumplir dieciocho años.
Golpee bruscamente el espejo y lo rompí. Oí como los cristales caían al suelo y como la sangre empezaba a emanar de mi mano derecha. Siempre había sentido una inexplicable fascinación por ese líquido rojo que poseían todas las personas. Mi padre solía burlarse de mí diciéndole que por aquel detalle tan extraño tenía madera de asesino.
Mientras las lágrimas inundaban las cuencas que se formaban en mis ojos me limpie la herida que amenazaba con no dejar de sangrar y me vestí. Evitando todas las garrafas de vino que permanecían en el suelo, abrí la puerta y salí a la calle. Algo me decía que hoy sería un buen día, el mejor de todos los que podía recordar.
Adrian se detuvo súbitamente sobre la máquina de escribir. La inspiración había decido abandonarle a mitad de camino. Cogió una pluma y tachó las dos últimas líneas en las que había liberado a su protagonista de la prisión. Por mucho que quisiera no podía liberarlo, Adrian, no recordaba en absoluto como era la vida fuera de las cuatro paredes que siempre le rodeaban.
Evitando todas las garrafas de vino que permanecían en el suelo, abrí la puerta y salí a la calle. Algo me decía que hoy sería un buen día, el mejor de todos los que podía recordar. De pronto sentí como me flaqueaban las piernas y mi cerebro me imploraba que volviera a sentarme en el diván, que no abandonara mi estado de perpetua soledad. Todavía ignoro porqué pero decidí hacerle caso y mientras volvía a mi lecho me llevé a la boca un trago de un líquido, espeso y con un sabor que me quemó la garganta, procedente de una de las miles de garrafas que estaban en el suelo.
Tras escribir las dos últimas palabras abandonó su sitio frente a la máquina de escribir para tumbarse sobre su raido somier. Cerró los ojos con fuerza mientras deslizaba una de sus manos por su pelo; estaba sudando. Antes de que pudiera dejarse caer en los brazos de Morfeo la campana le avisó de que ya eran la siete y media; la hora de cenar.
La puerta de la habitación se abrió tras el molesto sonido que emitía cada vez que alguien intentaba abrirla. Adrian frunció el ceño, en gesto de completo desagrado ante aquel ruido. Tras cambiar de expresión reparó en que el que había entrado era Daniel y venía acompañado por alguien al que no recordaba conocer.
-¿Adrian?-preguntó Daniel mientras comprobaba que su amigo seguía despierto.-Mira, quería presentarte a Morgan.
Adrian se levanto rápidamente y le estrechó la mano al muchacho de ojos verdes que tenía delante. Después de que Daniel se encargara gustosamente de hacer las respectivas presentaciones y de llenar los silencios que a menudo se creaban, ambos se dieron cuenta de que llegaban tarde a cenar. Junto con Morgan, quien solo se había limitado a responder a las preguntas que le hacían con monosílabos, se dirigieron al comedor.
Sin duda, esa no era la primera vez que Adrian se había intentado escaquear de la cena. Miles de veces no había acudido a la hora de cenar y nunca le había caído una reprimenda por eso. Pero, claro está, esa vez era diferente. Estaba seguro de que con Morgan con ellos los profesores se percatarían de que llegaban tarde. Tragó saliva mientras se imagino lo que le esperaría una vez que hubieran cruzado las puertas del comedor.

Los gritos de la señora Monroe se fueron apagando lentamente mientras ellos seguían limpiando el comedor de los restos de comida. Suspiraron cuando oyeron que sus tacones se alejaban por el pasillo que conducía a la biblioteca. La señora Monroe pasaba la mayoría de su tiempo libre en la biblioteca acompañada del señor Davis, el bibliotecario. Y, a primera vista, podía parecer una mujer tranquila y agradable. Pero aquello estaba muy lejos de parecerse a la realidad; la señora Monroe era la profesora más temida de todo el Buckswood.
-Podría haber sido mucho peor. -murmuró Daniel mientras limpiaba los últimos trozos de comida del suelo.
-No lo creo.-dijo Adrian negando súbitamente con la cabeza. Aquel castigo le causaba arcadas, sobre todo si mientras lo hacia se imaginaba a sus compañeros masticando cada uno de los restos de comida que había en el suelo.-Nunca había hecho algo tan terriblemente repugnante.
-Claro que sí.-aportó Morgan, quien desde el principio no había mediado palabra con ninguno de los dos.-En mi antiguo internado, este era el castigo más leve que se impartía.
Adrian y Daniel asintieron en señal de asombro. Quizás, hacerse amigo de Morgan fuera una nueva fuente de inspiración para Adrian. Después de todo, él era el que más tiempo había permanecido en el exterior. Un sonrisa atravesó el rostro de Adrian mientras se cercioraba de que aquel día no podía salir mejor. Quizás hoy no haya sido el día de Ben, pensó, pero si el mío.

Recorrió los pasillos en solitario mientras oía como las risas y los ruidos que producían sus amigos, Daniel y Morgan, al andar se disipaban sobre el frio aire que inundaba los pasillos. Abrió la puerta de su habitación y, tras oír el característico ruido que emitía la puerta cada vez que alguien entraba o salía, entrecerró los ojos en busca de algún indicio que le dijera si alguno de sus compañeros permanecía aun despierto. Aparentemente, estaban todos dormidos.
Se despojó de las ropas que llevaba y las cambió por el costoso pijama que le había regalado su tía las navidades pasadas, nada parecido a los modestos pijamas que solían llevar sus amigos. Si no fuera por mí, nunca podrías llevar esto. Ni siquiera con los elementos de padres que tenías. Aquellas palabras eran las que habían salido de los pintados e hipócritas labios de su tía y, probablemente, nunca las olvidaría. Tragó el líquido amargo que de repente se deslizaba por su garganta y se tumbó en la cama, abatido.
-¿Qué tal ha ido?-preguntó Peter encendiendo la lámpara que estaba depositada sobre la mesilla. Adrian ahogó un grito. Al parecer, no podría dormir esta noche.-Lo siento, no pretendía asustarte.
Adrian soltó una risita nerviosa.
-La verdad, puede que después de todo haya valido la pena. -susurró mientras se tumbaba sobre la especie de cama que se le había asignado y se cubría con las mantas.-Morgan es un tío legal, después de todo.
Peter frunció el ceño y, aunque se moría de ganas por preguntarme más cosas sobre su castigo, tras oír dos “después de todo” de la boca de su amigo comprendió que Adrian estaba demasiado cansado como para responder a más preguntas. Adrian siempre que se adormecía solía decir “después de todo” a todas horas.
-Dejemos el interrogatorio para mañana.-dijo Peter negando con la cabeza.-No quiero que lo único que pueda sacar en claro de lo que hoy me digas sea “después de todo”. -soltó una risita.-Adrian, ¿sigues despierto?
Pero nadie contesto a su pregunta. Adrian yacía boca abajo sobre su cama mientras dormía con expresión de agotamiento. Dirigió la vista hacia la ventana donde las gotas de lluvia golpeaban bruscamente los cristales. Desde que Adrian había empezado a escribir la lluvia no había amainado. ¿Tendría algo que ver la lluvia con la repentina inspiración de Adrian? Reprimió una carcajada mientras se lo planteaba. No, aquello era imposible, los fenómenos atmosféricos no tenían nada que ver con Adrian.
Apoyó la cabeza sobre su roída almohada y cerró los ojos. Seguramente, mañana la lluvia ya habría desaparecido y solo quedarían los charcos que se formaban en las aceras. Pero lo que no sabía Peter era que no dejaría de llover en toda la primavera, ni en el verano. Solo dejaría de llover cuando lo peor hubiera pasado.