sábado, 27 de abril de 2013

El último Halloween


Hace dos meses escribí este relato con la intención de presentarlo a Los premios a la Creación que se celebran en mi instituto. La verdad es que no creía que podría ganar hasta que ayer me dijeron que lo había hecho .Aquí os dejo el relato por si a alguien le interesa leerlo.

El último Halloween

Un leve tic-tac  anunció que solo quedaban veinte tediosos minutos de clase. Adrián ladeó la cabeza, ligeramente aturdido. Se dio la vuelta y pasó la mirada por cada uno de sus compañeros que lo miraban impasibles. El profesor emitió un suspiro de resignación y volvió a mirar el reloj. Ya ni siquiera se molestaba en intentar dar clase, ¿Para qué? Todos sabían que la última hora del viernes era una hora perdida, así que él se limitaba a sentarse en su silla y esperar cómodamente a que el tiempo pasara.
El timbre dio paso a sonrisas de euforia y, los alumnos que antes se mantenían quietos como estatuas,  se convirtieron en chicos que corrían desesperadamente, cómo si todos llegaran tarde a algún sitio. Adrián metió silenciosamente los libros en la mochila y solo advirtió que estaba completamente solo cuando levantó la vista para enfundarse en su chaquetón. Recorrió  los pasillos despacio, sin ninguna preocupación. Hace tiempo, pensó, yo era igual que ellos. Y lo había sido. Había esperado ansioso muchas veces  el estridente sonido del timbre; para poder salir con sus amigos, para poder oír los chistes malos de Ben, para poder disfrutar de su libertad.
 Por un momento divisó a lo lejos una figura que se acercaba a él y solo durante un leve instante creyó que era el mismísimo Damián quien se acercaba con paso firme hacia él. Se frotó los ojos con las manos, heladas por el frío, y tan rápido como había aparecido, Damián se esfumó dejándolo, otra vez, completamente solo.
Observó como su madre, desde el coche, esperaba a que saliese. Hace algunos meses las cosas habían sido muy distintas a cómo eran hora. Su madre ahora vivía por y para protegerle, antes se limitaba a preguntarle ¿Qué tal te ha ido hoy? Su actitud con ella también había cambiado; antes, Adrián, solía ser el típico adolescente problemático con pésimas notas y malas contestaciones a cada cosa que se le preguntaba. Pero ahora era alguien sumiso y tranquilo al que ya no le importaba nada, salvo la tranquilidad de su madre.
Abrió la puerta del coche y se sentó en el asiento del copiloto. Mientras se abrochaba el cinturón su madre le sometió al interrogatorio de todos los días y él, como siempre, se limitó a contestar a cada cosa lo mejor que pudo. Apoyó la cabeza sobre la puerta del coche intentando conciliar el sueño que minutos antes le había atacado. Mientras, su madre lo miraba y se repetía a sí misma que mudarse sería lo mejor para los dos.
Estaba en la comisaría, otra vez. El inspector López lo miraba mientras se mordía con fuerza el labio, esperando que soltara prenda. Pero Adrián  no pensaba hacerlo por mucho que lo intimidara. El inspector, perdiendo nuevamente los nervios, le pegó un manotazo a la mesa ante la que  Adrián estaba sentado con absoluta serenidad. Suspiró y, mirando las sucias baldosas que cubrían el suelo, le volvió a preguntar que había sido lo último que le habían dicho sus amigos. Adrián, mirando fijamente al inspector, le contestó tajantemente que sus amigos habían planeado pasar la noche de Halloween en una de las casas abandonadas de la ciudad. El inspector frunció el ceño, cerciorándose de que el chico le decía la verdad. Abrió la carpeta donde estaba archivado el caso de aquellos chicos; Damián, Ben, Pablo y Daniel y se aseguró que la casa que el chico le estaba describiendo encajaba con el retrato de la casa en la que se habían encontrado los cadáveres. Una vez hecho el interrogatorio, López, hizo de poli bueno y acompañó al chaval y a su madre, qué estaba hecha un manojo de nervios, hasta la puerta de la comisaría.
Adrián abrió los ojos, jadeando, mientras se aseguraba de que no estaba en la comisaría. Su madre le hizo un gesto con la cabeza invitándolo a que saliera del coche. Observó su nueva casa con detenimiento, era de ladrillo rojo y sus ventanas estaban, al igual que hace pocos meses en su antigua casa, enrejadas. Ayudó a su madre a meter las pocas pertenencias metidas en cajas que se habían llevado consigo.
Su habitación era de color azul y estaba medio vacía. El espacio solo lo ocupa una cama a medio hacer, una mesa donde estaban depositados sus libros de texto, una tele que colgaba de una de las cuatro paredes que la formaban y una consola. Pasó la mano por el cristal, prácticamente indestructible, qué su madre había puesto en su habitación. Suspiró recordando cómo era su madre antes del treinta y uno de octubre. Era una mujer alegre y llena de vida y, aunque tenía sus manías y paranoias, vivía tranquila. Ahora era una maniática que velaba día y noche por la seguridad de su hijo. Por eso no le permitía tener amigos nuevos, ni salir a la calle, ni meterse en las redes sociales, prácticamente no le permitía vivir. Lo único que podía hacer Adrián en las horas muertas del día era jugar a la consola, ver la tele y leer. Antes, la idea de leer le aburría, sin embargo los libros de fantasía se habían convertido en un refugio donde perderse de su realidad.
Revolvió la sopa que había en su plato, ligeramente asqueado. Odiaba la sopa. Bajo la mirada atenta de su madre se llevó la chuchara a los labios y le dio un pequeño sorbo, y así hasta que su plato estuvo completamente vacío. Después anduvo con pies de plomo hasta su habitación, donde se dejó caer sobre la cama, abatido.
Daniel le dio una patada a un montón de hojas marrones que se acumulaban en el suelo del patio mientras los demás esperaban a que Ben se dignara a aparecer. Ben siempre había destacado por su falta de puntualidad pero esta vez, sabiendo que tendrían que planear lo que harían esta noche, les pareció demasiado raro a todos que no pensara presentarse. Damián carraspeó y echo un vistazo a su reloj. Solo faltaban quince minutos para que el timbre le pusiera final al último recreo de aquel viernes.
Tras unos minutos de espera, Ben, se dignó a aparecer con el pelo revuelto y cubierto de sudor. Después de lanzarle algunas miradas de reproche, todos miraron a Pablo invitándole a que procediera. Pablo sonrió malévolamente y les dijo lo que pensaba hacer en Halloween. Era una idea descabellada, aunque en ese momento a los cuatro les pareció lo más normal del mundo. Pronto todos sonrieron, mostrándole a Pablo que la idea les había encantado. Claramente todos estaban encantados con la idea, todos menos Adrián que no podía ir por culpa de su madre. Balbuceando y con la respiración entrecortada les explicó a todos que esta vez, como siempre, no podía ir con ellos. Ellos asintieron y mientras ultimaban los últimos detalles de su plan, Damián le palmeó la espalda para que no se sintiese culpable.
El timbre interrumpió la voz de Damián mientras concretaban la hora en la que se reunirían en la casa. Las diez y media. Después de despedirse todos anduvieron hasta sus respectivas clases. Adrián los contemplaba alejándose. Nunca los volvería a ver. Nunca podría volver a hablar con ellos, ni disfrutar de alguno de los chistes malos de Ben, nunca más volvería a pasar otro recreo con ellos. Pero ninguno de aquellos pensamientos pasó  por la cabeza de Adrián, quien con paso firme, anduvo hasta su clase y se dejó caer en su silla.
Tenía la respiración entrecortada y una gota de  sudor se deslizaba por su frente. Tenía ganas de gritar, pero el nudo que tenía en la garganta se lo impedía. Se aferró a las sábanas de su cama, intentando pensar con claridad. Había soñado con el momento en el que vio por última vez a sus amigos, miles de veces  lo había relatado al inspector que dirigía el caso, pero nunca lo había sentido tan real. Desde que murieron se ha sentido culpable, como si él fuera responsable de su muerte. No solo le ha acompañado la soledad durante este tiempo si no que la culpabilidad ha hecho mella en él.
Se levantó de la cama e intentó abrir la ventana, en busca de una bocanada de aire fresco, pero no pudo porque estaba cerrada y sabía perfectamente que si tiraba de ella el sistema de seguridad saltaría  y alertaría a su madre. Así que se dio por vencido y nuevamente se sentó en su cama, pensativo. No podía aguantarlo más. No podía soportar más pesadillas, ni el control de su madre, ni nada. No quería que lo protegieran de algo que ni siquiera sabían que era. ¿Un asesino? ¿Un psicópata? Todo podía ser, pero nadie había encontrado huellas, ni ADN en los cadáveres y tampoco nadie había visto a alguien en la casa. Pero él necesitaba saber quién había matado a sus amigos. No podía vivir sin saberlo.
Sabía perfectamente lo que debía hacer. Se vistió, cogió su navaja; que le habían regalado las navidades pasadas,  y tras asegurarse de que la alarma no lo delatara se subió a su bici y emprendió el camino hacia su antiguo barrio. Por suerte recordaba a la perfección el camino a su antigua casa. Cuarenta minutos después estaba frente a la casa donde habían sido presuntamente asesinados sus mejores amigos.
Se adentró en la casa y el olor a podredumbre lo invadió produciéndole arcadas. Recordaba lo que les había dicho Pablo hace unos cuantos meses; Dormiremos en el salón de la casa y veremos si la noche de Halloween pasa algo interesante. Seguro que sí.
El tiempo corría velozmente y en la casa no había nada ni nadie, aparentemente. Llegó a pensar que lo que había matado a sus amigos y le había atacado varias veces en aquellos meses, no estaba allí. Hasta que la única bombilla que iluminaba la fría estancia en esa casa se apagó y notó un aliento cálido en su nuca y una respiración agitada que no era la suya. Casi sin moverse intentó deslizar la mano hasta el bolsillo donde tenía guardada la navaja, pero antes de que pudiera hacer nada percibió unas manos que le cogían por los hombros y supo que había pagado un precio muy alto por saber la verdad.
María cogió el teléfono harta de que sonara y se lo colocó en su oreja izquierda. ¿Es usted la madre de Adrián Fernández?, le preguntó una voz ronca. Ella afirmó balbuceando, preparándose para lo peor. Sentimos mucho comunicarle, señora, que su hijo ha muerto. Las lágrimas corrieron por su rostro y sintió como las piernas le fallaban. Adrián estaba muerto.