viernes, 28 de junio de 2013

Capítulo II: Catherine

Capítulo II: Catherine

Las luces del alba se colaban entre las cortinas de su habitación. Abrió los ojos lentamente mientras se levantaba de la cama y estiraba sus agarrotados y doloridos músculos de los brazos. Hoy sería un nuevo día, como ayer, como mañana, como siempre. Pero para Catherine sería un día igual que todos, un día lleno de desdichas.
Se alisó con las yemas de las manos el camisón que usaba para dormir y se dirigió hacia el cuarto de baño. Una vez allí, encendió el chorro de la bañera y dejó que se llenara de agua caliente. Cuando el agua amenazaba con salir y empapar todo lo que encontrara por su paso y cuando el camisón reposaba doblado en una de las esquinas del cuarto de baño, Catherine se sumergió en el agua caliente.
Después de vestirse se sentó enfrente del tocador y con un peine empezó a desenredar suavemente los bucles que se formaban al final de su pelirrojo pelo. No tenía tiempo que perder, tendría que darse prisa si quería cumplir el acuerdo. Así que, tras mirarse una vez más en su espejo y, tras hacer la cama, se enfundó en su chaqueta y salió por la puerta de casa.
Las calles estaban completamente vacías y en ellas reinaba la desolación. Catherine sonrió mientras se cercioraba de que era la lluvia quien había hecho que toda la gente del pueblo se quedara en casa. A ella le encantaba la lluvia y, a pesar de que odiaba empaparse la ropa y que esta se le pegara a la piel, le gustaba quedarse en casa leyendo un libro mientras sujetaba una taza de té en los días de lluvia. Por todo aquello y por algunos detalles más, Catherine era considerada una chica rara. Pero, en realidad, lo era.
-¡Catherine!
La chica se dio la vuelta y se encontró con un muchacho de pelo castaño que la miraba mientras sonreía .Catherine profirió una maldición antes de contestar a lo que se le antojó un estúpido saludo.
-Ethan…-susurró mientras levantaba la mano a modo de saludo. No esperaba encontrase con él justo allí.- ¿Qué estás haciendo tú aquí?
-Verás, es que iba a la tienda de tu padre justo cuando te he visto.-dijo el chico mientras sonreía ampliamente. Catherine odiaba el modo que tenía Ethan de mirarla y, más aun si cabía, odiaba su sonrisa cuando estaba con ella.- Así que me he preguntado si a la señorita Maidlow  le molestaría mucho mi presencia durante el corto trayecto que nos une.-sonrió.-Espero que no porque si es así ya sabes que puedo irme…
-Será un placer, señorito Miller.- mintió Catherine. La compañía de Ethan no era lo que necesitaba en este momento. No, no, no, ahora no. Pero no le quedaba más remedio que ser cortés.
El rostro de él se iluminó y anduvo hasta que se colocó en frente de la chica y le dio un beso en la mejilla izquierda. Para Catherine sería un trayecto muy largo, larguísimo. Ethan hablaba por los codos y más cuando estaba con ella. Le gustaba contarle con detalle lo que hacía con sus amigos y los planes que tenía para el fututo, que para la desgracia de Catherine, la incluían a ella también.

Nunca se había alegrado tanto de ver el cartel de “El susurro de las palabras” que anunciaba la librería que tenía su padre .Era un nombre raro, pero a Catherine le encantaba. Su padre solía decir que las palabras también hablan y que un libro no solo cuenta la historia que encierran sus páginas, sino, de algún modo, cuentan la historia de la persona que estuvo al otro lado escribiéndolo. De la persona que creó a los personajes y se encargó de darles vida para que otra pudiera disfrutar de ellos. Catherine, a pesar de haberse leído unos cuantos libros, nunca había podido oír el susurro de las palabras. Tampoco había entendido nunca la conexión que poseía la historia con su creador. Pero esperaba poder hacerlo algún día no muy lejano.
Ethan apartó la puerta de la librería para que Catherine pudiera pasar mientras saludaba a su padre. En cuanto entraron les invadió el olor a libros nuevos que caracterizaba a la mayoría de las librerías. Solo por aquel olor, Catherine  habría pasado el resto de sus días allí.
-Buenos días, señor Maidlow.-dijo Ethan mientras daba un par de pasos para acercarse y estrecharle la mano al señor Maidlow.- ¿Cómo va la mañana?
-Buenos días, Ethan.-dijo con gesto afable mientras correspondía a su saludo y echaba un vistazo en dirección hacia Catherine.-Veo que no vienes sola hoy.-una sonrisa inundo su rostro.- ¿Qué te trae por aquí, Ethan?
Mientras Ethan le relataba con detalle a su padre el motivo de su visita, Catherine aprovechó para escabullirse e irse a la trastienda. Recorrió con la mirada cada una de las estanterías que cubrían ese lado de la tienda en busca de su libro, el que había ocultado hace días. Y en la estantería cinco contando desde la derecha, más concretamente en el estante dos, estaba su libro.
Se lo guardó debajo de su brazo derecho y atravesó precipitadamente el resto de la tienda mientras su padre buscaba algo en una de las estanterías.
-Hasta luego, Ethan.-musitó antes de cruzar el umbral de la puerta. Dirigió la vista hacia el lugar donde su padre seguía buscando un libro y añadió:-Padre, nos vemos en la cena.
Justo cuando se disponía a pisar las frías calles una mano tiró de ella haciendo que se tambaleara ligeramente.
-¿Nos veremos después?-le preguntó el muchacho mientras se aseguraba que el padre de la joven no escuchara la conversación.-Espero que esto no cambie lo de siempre.
Catherine forzó una sonrisa e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Se verían esta noche, al igual que todas las noches anteriores. Los encuentros furtivos que tenía con Ethan la ayudaban a olvidarse de los fantasmas que la perseguían constantemente, pero ninguno de los dos se podía permitir permanecer más tiempo del necesario juntos. Sobre todo si Catherine tenía en cuenta los sentimientos de Ethan hacia ella.
Sus pensamientos la aturdían tanto que no se dio cuenta de que la lluvia le estaba empapando el vestido y el pelo. Se refugió debajo del dosel de la cafetería de la señora Smith mientras abría el libro por la mitad. Tal y como esperaba, nadie se había adelantado a sus pasos y había cogido aquel papel que le pertenecía. Lo desdobló y encontró escrita una dirección.
De pronto las piernas le empezaron a temblar y sintió que los nervios se estaban apoderando se ella. ¿Tendría el suficiente coraje de hacerlo? Catherine no lo sabía pero intuía que lo que quería ya no importaba. Ahora ya no importaba lo que quisiese si no lo que debía hacer. Lo que quería y lo que estaba a punto de hacer estaban demasiado lejos. Hace unos cuantos años jamás se habría imaginado que a ella, Catherine Maidlow, le fuera a ocurrir aquello.
Golpeó la puerta con los nudillos esperando a que alguien le abriera. Tras unos segundos en los que intentó controlar las repentinas ganas que tenía que salir corriendo y olvidarse de todo aquello, una señora de aspecto demacrado le abrió la puerta y la invitó a que pasara.
Todo en aquella casa resultaba escalofriante. Los muebles estaban colocados con absoluta corrección y no había ningún indicio que te indicara que allí habitaba algún tipo de ser humano. El gris, el blanco y el negro predominaban en todo el salón. El único color que se podía encontrar era el procedente de uno de los cuadros que estaban colgados en las paredes.
-Siento la espera, querida.- comentó una voz femenina a la vez que se sentaba al otro lado de la estancia, justo enfrente de Catherine.-Tenía asuntos más importantes de los que ocuparme. ¿Has pensado en lo que te propuse?
-A cada minuto del día.-musitó la joven. Cada vez que debía hablarle a alguien que le inspiraba temor la voz le fallaba y hablaba en completos susurros.-Y he decido aceptar.
La mujer, que estaba ataviada con un vestido que Catherine se imaginó que valdría más de lo que ella podría soñar en toda su vida, le mostró una sonrisa que helaba la sangre y cruzó las manos sobre sus piernas. Ella tragó saliva y dirigió la mirada hacia el suelo.
-Perfecto, entonces.-exclamó con cierto grado de entusiasmo en la voz.-Me gustaría que pudieras empezar cuanto antes. Recuerda, querida, apenas faltan dos escasos meses.
Catherine asintió y se dispuso a salir de la habitación cuando un terrible pensamiento la invadió por completo. ¿Podría no cumplir su promesa?
-Perdone-susurró mirando a la mujer de reojo-, ¿está segura de que cumplirá su promesa?
-Oh, querida, por eso no tienes que preocuparte.-levantó su mano derecha solemnemente.-Te lo prometo.
Catherine sonrió y salió hacia el vestíbulo donde la misma señora de antes la condujo hacia la salida de la casa. Nunca antes había sentido tantas ganas de abandonar un lugar. El orden, la precisión, la limpieza y la exasperante perfección que definían aquella casa la abrumaban y hacían que se sintiera incómoda. Por eso se alegró tanto de ver las inhóspitas y sucias calles que caracterizaban a la pequeña localidad en la que residía.
Volvió a doblar el papel y lo metió justo por la mitad del libro. Se lo colocó nuevamente debajo de su brazo izquierdo y se encaminó hacia la tienda de su padre. Le había mentido, se verían antes de la hora de cenar. Mientras caminaba por las calles, aunque estaba rodeada de gente, se sentía completamente sola. En realidad, por mucho que estuviera con Ethan, lo seguía estando. Y, probablemente, después de cumplir el trato con la señora lo estaría aun más. Pero, ¿Qué podía hacer? No le quedaba otro remedio para salvar a su familia de lo peor. Se sentía capaz de hacerlo, solo una duda la asaltaba a cada instante. ¿Cómo podría dormir todas las noches después de hacer aquello?
Entró y saludó con la cabeza a su padre, quien tras contarle el motivo por el que había venido Ethan, había empezado a hablar sobre el muchacho. A su padre le encantaba Ethan, Catherine se imagina que era porqué, en cierto modo, le recordaba a el mismo. Pero una cosa tenía clara Catherine; ella no era ni sería nunca como su madre.

-Catherine.-la llamó su madre desde la cocina mientras la miraba, impasible.- ¿Me ayudas a poner la mesa?
Después de cenar, tal y como solía hacer todos los días, se escabulló hacia su habitación y, tras cambiarse de vestido, salió por la ventana. Anduvo hasta situarse en frente de la plaza más cercana a su casa y esperó pacientemente la llegada de Ethan. Cuando el reloj había dado más de las doce de la noche, cuando Catherine llevaba ya diez minutos esperando, entonces Ethan se dignó a aparecer con el semblante sonriente.
-Siento la tardanza.-tartamudeó mientras se sentaba a su lado.-He tenido que ocuparme de unos asuntos familiares pero ya está solucionado.
-Mi padre me ha contado el motivo por el que viniste hoy a la tienda.-dijo Catherine apartándose un poco del muchacho y mostrando una sonrisa irónica.-Que curioso, pensaba que tú, Ethan Miller, aborrecías la lectura. Mira por donde, me equivocaba.
-Tú misma lo has dicho, antes.-dijo el joven apartándole un mechón de pelo de la cara.-Ahora me intereso mucho más por esas cosas.
Catherine sintió ganas de vomitar y de salir cuanto antes de allí. Ya no podía seguir con esto, ni mucho menos después de saber lo que Ethan y su padre tramaban juntos. Miró al  chico de arriba a abajo y no encontró ninguna razón para estar con él más tiempo. Ethan era su amigo, mas por el momento no quería que fuera nada más que eso, su amigo.
El chico se acercó hacia ella y la besó suavemente.
-¿Te marchas ya?-preguntó levantándose súbitamente.-Catherine…
-Debo irme.- susurró la chica mientras se revolvía el pelo.-Mañana tengo varios asuntos de los que ocuparme.
-Hasta mañana, entonces.
Pero Catherine no lo volvería a ver o, al menos, era lo que pensaba cuando abandonó la plaza y se sumergió en las tenebrosas y oscuras calles. La palabra mañana significaba para ella mucho más que para él. Para ella, mañana seria el día en que empezaría lo peor. En el fondo confiaba en que, pasado un tiempo, Ethan se olvidaría de ella. Apenas se conocían de hace meses y el joven se había encaprichado de ella. ¿Cuánto tiempo podía tardar en olvidarse de lo poco que había pasado entre ellos?
Catherine siguió andando por las somnolientas calles hasta que llegó a su casa y, como si de un ritual se tratara, entró por la ventana, convencida de que nunca más lo tendría que volver a hacer .Pero, como tantas otras veces, Catherine se equivocaba.
Mientras tanto el joven Ethan se mordía el labio inferior a causa de la desesperación. Nunca había pensado que llegaría a salir con ella. Pero el tono con el que ella le había dicho que “mañana” tenia asuntos que resolver le hizo darse cuenta de que mañana no aparecería por la plaza. Ni mañana, ni nunca más.

Los haces de luz se colaban por la ventana impidiendo que Catherine siguiera durmiendo. A veces, prefería no levantarse hasta bien entrada la mañana y otras prefería levantarse antes de los miembros de su casa se levantaran. Pero ya no importaba lo que ella quisiese, el tiempo estaba en su contra y dos meses, como le había dicho aquella mujer de aspecto distinguido, pasan demasiado rápido para que pierdas en tiempo en pequeñeces tales como dormir.
No siguió el mismo ritual que siempre y tampoco se puso su vestido blanco de algodón. Prefirió vestirse y dejar que las ondulaciones que se formaban en las puntas de su pelo siguieran allí. Se puso su vestido de color gris y se encaminó hacia su destino con piernas temblorosas.
Le hizo señas con la maño a Nathaniel, un joven que jamás de separaba de su bici, y este accedió llevarla hasta las afueras del pueblo. A las afueras de su pueblo natal había un bosque y mas allá, aunque todos los habitantes del pueblo salvo algunas chicas de la misma edad de Catherine y, por supuesto, la señora lo ignoraban, estaba el internado Buckswood School; un internado mayoritariamente para chicos.
 Catherine había ignorado su existencia hasta que un día, entre tazas de té y propuestas de cómo mejorar su modo de vida, la señora le había enseñado como ir.
Catherine se había hecho una idea aproximada de cómo sería aquel lugar. Pero no se parecía nada a la realidad. El internado era un lugar realmente gigantesco y, probablemente, bastante antiguo. Lo único que se podía distinguir desde el exterior eran los muros de piedra repletos de musgo que lo rodeaban completamente.
-¿Por qué me has hecho traerte aquí, Catherine?-dijo Nathaniel, cabizbajo.-Este lugar me produce escalofríos. Enserio, larguémonos de aquí.
-No seas cobarde, Nathaniel.-le reprimió la chica mirándole.-Bien sabes que en el pueblo no hay ningún sitio en el que poder leer en tranquilidad. Por eso estoy aquí.
-Mira que eres rara…-musitó Nathaniel recorriendo el lugar con la mirada.- ¿Qué pretendes, que te traiga y te lleve aquí todos los días?
Nathaniel soltó una carcajada irónica que demostraba que se encontraba en completo desacuerdo con el plan de la chica. Pero Catherine no pensaba rendirse tan pronto, de todas formas, tampoco podía hacerlo aunque quisiese. Le había dado su palabra a aquella mujer y la decisión era irrevocable, ya no podía dar marcha atrás.
-Exactamente.
-Y luego te preguntarás porque en el pueblo creen que eres un bicho raro…-la chica le envió una mirada suplicante.-Lo haré, pero solo porque, extrañamente, me caes bien.
Catherine sonrió gratamente satisfecha. Realmente, no confiaba en que Nathaniel la ayudara y mucho menos conociendo la reputación que tenía en el pueblo. Quizás ella y aquel chico podrían ser amigos en un futuro. Catherine no sabía porqué pero Nathaniel le inspiraba confianza.
Cuando Nathaniel se alejó ella se sentó lo más cerca  posible del internado y empezó a leer. Con las preocupaciones de las últimas semanas se había olvidado completamente de lo placentero que resultaba leer un libro que te gustaba. Y, el que sujetaba sobre sus delicadas manos, era sin duda uno de los favoritos. El mismo que ayer había comprado Ethan.
Deslizó las manos sobre las páginas y pronto el tiempo y el espacio a su alrededor dejaron de existir. Catherine ya no era ella misma. Ahora se había convertido en Sherlock  Holmes y en su ayudante Watson quienes debían resolver un asesinato. Mientras se sumergía en la lectura no tuvo tiempo de reparar en que unos ojos curiosos la observaban fijamente. Pero Catherine no se daría cuenta hasta que, tras acabar ese libro y alguno más, llegara el momento de la verdad.


Entonces, todo empezaría y nadie podría pararlo.

martes, 25 de junio de 2013

El susurro de las palabras:Capítulo I

Sé que os preguntaréis que es esto. Bueno, en este curso en el que debido a los exámenes no he podido casi continuar las historias y publicar más que dos relatos (La traición y El último Halloween), empecé a escribir una historia totalmente nueva llamada El susurro de las palabras. Por ello, he decido concentrarme en esta hasta que la acabe (Lo que no significa que deje de escribir las otras, no, las terminaré TODAS en cuanto acabe esta) Así que, aquí os presentó el primer capítulo.  


Capítulo I: Morgan

 El aire estaba impregnado del olor de las flores, los alumnos se sonreían sin parar y los profesores parecían especialmente desesperados porque las clases acabaran. Pero no fue hasta que observó el árbol que estaba enfrente de su clase cuando Adrian advirtió que la primavera se le estaba echando encima.
Adrian nunca prestaba atención a las estaciones, en realidad, no le importaba lo más mínimo en que estación estuvieran. Nunca salía a la calle a sentir el frio aire de invierno o el calor del verano. El internado en el que residía desde los siete años, Buckswood School, estaba bastante alejado del único pueblo que tenía cerca. Así que intentar ir al pueblo y salir del internado era algo que solo los alumnos más experimentados de último curso se atrevían a hacer. Pero, ni siquiera cuando ya era uno de ellos, se había planteado hacerlo. Ahí fuera no había nada para él.
Aquel día, mientras intentaba atender a las explicaciones del profesor que estaba escribiendo en la pizarra, decidió que debía darse prisa, el tiempo se le estaba acabando demasiado rápido. Solo faltaban dos escasos meses para que el curso acabara y con él su estancia en el internado. El veinticuatro de junio cumpliría los dieciocho años y ya no tendría ningún sitio en el que quedarse.
Para entonces tendría que haber acabado ya su libro. Adrian disponía de todo lo necesario para escribir una buena historia; una máquina de escribir, unos personajes bien definidos y, sobre todo, tiempo suficiente para escribirla. Lo único que le faltaba era lo más importante; el argumento.
Había escrito bastantes relatos a lo largo de sus diecisiete años y, según sus compañeros y profesores, eran bastante buenos. Pero ninguno era lo suficientemente bueno o largo para hacer un libro a partir de él.
Bradley! ¿Piensas quedarte ahí sentado todo el día?-gritó una voz desde el umbral de la puerta. Adrian ladeó la cabeza, aturdido, mientras se levantaba y salía de clase.- ¡Vamos!
No se había dado cuenta de que el profesor se había marchado, tampoco de que se encontraba totalmente solo en el aula. Cruzó sigilosamente el umbral de la puerta y se dirigió con paso firme a los estrechos pasillos.
-¿En qué demonios estabas pensando?-preguntó uno de los chicos que le rodeaban.
-Probablemente, en uno de sus libros.-musitó Peter, el mejor amigo y compañero de habitación de Adrian.-Siempre está pensando en lo mismo.
El resto de los muchachos que les acompañaban emitió un suspiro de resignación y rápidamente cambiaron de tema. Los libros que Adrian se empeñaba en empezar y en nunca acabar era un tema sobre el que ya habían hablado muchas veces. Quizás demasiadas para el gusto de sus amigos.
Se sentaron en el banco que solían frecuentar y empezaron a hablar animadamente. Adrian-que se había sentado a uno de los lados del banco-empezó a pensar. Tenía que buscar inspiración. Pero para eso tenía que salir fuera, donde pudiera concentrase y ver nuevos escenarios y nuevas caras. Estaba completamente seguro que ya había agotado hasta la última gota de inspiración que le daba el internado, sus amigos y sus compañeros de clase. Había escrito multitud de relatos sobre ellos, incluso el día de San Valentín se había aventurado a escribir un relato sobre los líos amorosos que a menudo se formaban en su clase. Pero el relato no había tenido la acogida que él esperaba. Cuando lo escribió no pensó en que quizás a sus compañeros no les gustaría que todo el mundo se enterase de lo que realmente significaban esos murmullos acompañados por risas nerviosas. Después de llevarse varias bofetadas, que hicieron que sus mejillas permanecieran rojas durante varios días, Adrian decidió que  en el futuro se abstendría de escribir relatos de amor.
 Mientras observaba a uno de sus compañeros de clase hablar con una chica recordó amargamente la historia del relato de San Valentín y instintivamente se llevo una mano a la mejilla. Recordar aquello le había hecho convencerse a sí mismo que debía cambiar. Desde hacía bastante tiempo una historia se cocía en su mente, pero nunca se había atrevido a escribir nada. Para él, era una idea de segunda. Pero... ¿Y si fuera lo bastante buena? Esas palabras resonando en su cabeza hicieron que la idea reapareciera, y tal y como había aprendido después de perder varias ideas por no apuntarlas a su debido tiempo, la apuntó sobre el cuaderno que llevaba sobre las piernas.
Ben llevaba demasiado tiempo sin salir de casa, sin que el sol rozara su piel, sin mantener  una conversación mas allá de los monosílabos con nadie de carne y hueso. Durante algunos meses afirmó que pasaría así el resto de su vida, solo en el viejo caserón de sus padres .Pero aquel día algo hizo que viera las cosas de otra forma. Quizás fue la brisa fresca de la mañana o el cantar de los pájaros, o quizás simplemente que el periodo de estar encarcelado en casa había llegado a su fin.
Después de darse un baño y colocarse la toalla alrededor de la cintura dirigió la mirada al espejo pero este no le devolvió la imagen que él deseaba. La imagen que se reflejaba en el espejo lleno de vapor era la de un chaval de unos diecinueve años algo demacrado y asustado. Golpeó bruscamente el espejo y…
-¿Otra vez igual?-vociferó Mathew en su oído.- Creía que habíamos salido aquí para tomar un poco el aire.
Adrian negó con la cabeza y cerró el cuaderno de golpe. Justo como momentos antes había acabado de hacer Ben con el espejo, pensó, mientras una sonrisa inundaba su rostro. Por mucho que sintiera unas ganas irrefrenables de irse a su habitación a sacar a Ben de su triste encierro no lo hizo. Sabía que sería de mala educación irse de allí sin un motivo aparente para hacerlo.
-¿Cuándo se supone que vendrá?-preguntó Daniel pasando la mirada por cada uno de los componentes del grupo.- Sería interesante poder hablar con él, ¿no creéis?
Los demás  no mostraron el mismo interés en el chico nuevo. Adrian, quien hasta el momento no había prestado interés por la conversación, agudizó el oído en busca de información con la que saciar la repinta curiosidad que se estaba apoderando de el poco a poco.
Permaneció en silencio durante un rato mientras escuchaba atentamente la conversación. Según lo que había oído sabia que esta tarde vendría un chico nuevo al Buckswood School. Que, al parecer, se llamaba Morgan y había perdido a sus padres en un accidente de tráfico hace dos meses. Adrian tragó saliva al oír ese dato tan escabroso. Todos los alumnos del internado tenían historias terroríficas sobre la muerte de sus seres queridos, pero ninguna se podía comparar con la de Adrian. Sin embargo, Adrian nunca había sentido el mismo dolor que ellos por la muerte de sus padres. Probablemente fuera porque la poca memoria que le quedaba sobre aquellos hechos se lo impedía.
-Me tengo que ir.-dijo de repente levantándose del banco donde estaba sentado.- Mr. Davis quiere que hable con él.
Todos  los presentes sabían que era una escusa barata con la que poder escabullirse a escribir .Pero, sabiendo cómo estaba cuando perdía la inspiración, no pusieron ninguna pega a que se marchara. En el fondo estaban contentos de que Adrian, tras meses sin tocar su vieja máquina de escribir, volviera a enfrascarse en una nueva historia.

Adrian caminaba por los pasillo del Buckswood sintiendo como la adrenalina le corría por las venas. Llevaba meses esperando esa historia. A cada paso que daba sentía que conocía un poco más a Ben. Los compañeros que pasaban por su lado lo miraban con expresión de hastió. Claramente, ellos no compartían su entusiasmo por nada. Los muchachos que estaban en el internado además de no ilusionarse con nada ni con nadie no solían sonreír mucho, lo que en el fondo  agradaba a Adrian a quien la gente que sonreía excesivamente le crispaba los nervios.
Abrió la puerta de su respectiva habitación y tras oír como la madera crujía con cada paso que daba se colocó en frente de su mesa. Sus dedos se deslizaban sobre la máquina de escribir mientras dejaba que su imaginación volara. Sin duda, para Adrian, esa era la mejor parte del día. En la que abandonaba el internado y se sumergía en un mundo que creaba él mismo; donde no había límites, ni profesores, ni obligaciones, donde no tenías porque cumplir dieciocho años.
Golpee bruscamente el espejo y lo rompí. Oí como los cristales caían al suelo y como la sangre empezaba a emanar de mi mano derecha. Siempre había sentido una inexplicable fascinación por ese líquido rojo que poseían todas las personas. Mi padre solía burlarse de mí diciéndole que por aquel detalle tan extraño tenía madera de asesino.
Mientras las lágrimas inundaban las cuencas que se formaban en mis ojos me limpie la herida que amenazaba con no dejar de sangrar y me vestí. Evitando todas las garrafas de vino que permanecían en el suelo, abrí la puerta y salí a la calle. Algo me decía que hoy sería un buen día, el mejor de todos los que podía recordar.
Adrian se detuvo súbitamente sobre la máquina de escribir. La inspiración había decido abandonarle a mitad de camino. Cogió una pluma y tachó las dos últimas líneas en las que había liberado a su protagonista de la prisión. Por mucho que quisiera no podía liberarlo, Adrian, no recordaba en absoluto como era la vida fuera de las cuatro paredes que siempre le rodeaban.
Evitando todas las garrafas de vino que permanecían en el suelo, abrí la puerta y salí a la calle. Algo me decía que hoy sería un buen día, el mejor de todos los que podía recordar. De pronto sentí como me flaqueaban las piernas y mi cerebro me imploraba que volviera a sentarme en el diván, que no abandonara mi estado de perpetua soledad. Todavía ignoro porqué pero decidí hacerle caso y mientras volvía a mi lecho me llevé a la boca un trago de un líquido, espeso y con un sabor que me quemó la garganta, procedente de una de las miles de garrafas que estaban en el suelo.
Tras escribir las dos últimas palabras abandonó su sitio frente a la máquina de escribir para tumbarse sobre su raido somier. Cerró los ojos con fuerza mientras deslizaba una de sus manos por su pelo; estaba sudando. Antes de que pudiera dejarse caer en los brazos de Morfeo la campana le avisó de que ya eran la siete y media; la hora de cenar.
La puerta de la habitación se abrió tras el molesto sonido que emitía cada vez que alguien intentaba abrirla. Adrian frunció el ceño, en gesto de completo desagrado ante aquel ruido. Tras cambiar de expresión reparó en que el que había entrado era Daniel y venía acompañado por alguien al que no recordaba conocer.
-¿Adrian?-preguntó Daniel mientras comprobaba que su amigo seguía despierto.-Mira, quería presentarte a Morgan.
Adrian se levanto rápidamente y le estrechó la mano al muchacho de ojos verdes que tenía delante. Después de que Daniel se encargara gustosamente de hacer las respectivas presentaciones y de llenar los silencios que a menudo se creaban, ambos se dieron cuenta de que llegaban tarde a cenar. Junto con Morgan, quien solo se había limitado a responder a las preguntas que le hacían con monosílabos, se dirigieron al comedor.
Sin duda, esa no era la primera vez que Adrian se había intentado escaquear de la cena. Miles de veces no había acudido a la hora de cenar y nunca le había caído una reprimenda por eso. Pero, claro está, esa vez era diferente. Estaba seguro de que con Morgan con ellos los profesores se percatarían de que llegaban tarde. Tragó saliva mientras se imagino lo que le esperaría una vez que hubieran cruzado las puertas del comedor.

Los gritos de la señora Monroe se fueron apagando lentamente mientras ellos seguían limpiando el comedor de los restos de comida. Suspiraron cuando oyeron que sus tacones se alejaban por el pasillo que conducía a la biblioteca. La señora Monroe pasaba la mayoría de su tiempo libre en la biblioteca acompañada del señor Davis, el bibliotecario. Y, a primera vista, podía parecer una mujer tranquila y agradable. Pero aquello estaba muy lejos de parecerse a la realidad; la señora Monroe era la profesora más temida de todo el Buckswood.
-Podría haber sido mucho peor. -murmuró Daniel mientras limpiaba los últimos trozos de comida del suelo.
-No lo creo.-dijo Adrian negando súbitamente con la cabeza. Aquel castigo le causaba arcadas, sobre todo si mientras lo hacia se imaginaba a sus compañeros masticando cada uno de los restos de comida que había en el suelo.-Nunca había hecho algo tan terriblemente repugnante.
-Claro que sí.-aportó Morgan, quien desde el principio no había mediado palabra con ninguno de los dos.-En mi antiguo internado, este era el castigo más leve que se impartía.
Adrian y Daniel asintieron en señal de asombro. Quizás, hacerse amigo de Morgan fuera una nueva fuente de inspiración para Adrian. Después de todo, él era el que más tiempo había permanecido en el exterior. Un sonrisa atravesó el rostro de Adrian mientras se cercioraba de que aquel día no podía salir mejor. Quizás hoy no haya sido el día de Ben, pensó, pero si el mío.

Recorrió los pasillos en solitario mientras oía como las risas y los ruidos que producían sus amigos, Daniel y Morgan, al andar se disipaban sobre el frio aire que inundaba los pasillos. Abrió la puerta de su habitación y, tras oír el característico ruido que emitía la puerta cada vez que alguien entraba o salía, entrecerró los ojos en busca de algún indicio que le dijera si alguno de sus compañeros permanecía aun despierto. Aparentemente, estaban todos dormidos.
Se despojó de las ropas que llevaba y las cambió por el costoso pijama que le había regalado su tía las navidades pasadas, nada parecido a los modestos pijamas que solían llevar sus amigos. Si no fuera por mí, nunca podrías llevar esto. Ni siquiera con los elementos de padres que tenías. Aquellas palabras eran las que habían salido de los pintados e hipócritas labios de su tía y, probablemente, nunca las olvidaría. Tragó el líquido amargo que de repente se deslizaba por su garganta y se tumbó en la cama, abatido.
-¿Qué tal ha ido?-preguntó Peter encendiendo la lámpara que estaba depositada sobre la mesilla. Adrian ahogó un grito. Al parecer, no podría dormir esta noche.-Lo siento, no pretendía asustarte.
Adrian soltó una risita nerviosa.
-La verdad, puede que después de todo haya valido la pena. -susurró mientras se tumbaba sobre la especie de cama que se le había asignado y se cubría con las mantas.-Morgan es un tío legal, después de todo.
Peter frunció el ceño y, aunque se moría de ganas por preguntarme más cosas sobre su castigo, tras oír dos “después de todo” de la boca de su amigo comprendió que Adrian estaba demasiado cansado como para responder a más preguntas. Adrian siempre que se adormecía solía decir “después de todo” a todas horas.
-Dejemos el interrogatorio para mañana.-dijo Peter negando con la cabeza.-No quiero que lo único que pueda sacar en claro de lo que hoy me digas sea “después de todo”. -soltó una risita.-Adrian, ¿sigues despierto?
Pero nadie contesto a su pregunta. Adrian yacía boca abajo sobre su cama mientras dormía con expresión de agotamiento. Dirigió la vista hacia la ventana donde las gotas de lluvia golpeaban bruscamente los cristales. Desde que Adrian había empezado a escribir la lluvia no había amainado. ¿Tendría algo que ver la lluvia con la repentina inspiración de Adrian? Reprimió una carcajada mientras se lo planteaba. No, aquello era imposible, los fenómenos atmosféricos no tenían nada que ver con Adrian.
Apoyó la cabeza sobre su roída almohada y cerró los ojos. Seguramente, mañana la lluvia ya habría desaparecido y solo quedarían los charcos que se formaban en las aceras. Pero lo que no sabía Peter era que no dejaría de llover en toda la primavera, ni en el verano. Solo dejaría de llover cuando lo peor hubiera pasado.