martes, 25 de junio de 2013

El susurro de las palabras:Capítulo I

Sé que os preguntaréis que es esto. Bueno, en este curso en el que debido a los exámenes no he podido casi continuar las historias y publicar más que dos relatos (La traición y El último Halloween), empecé a escribir una historia totalmente nueva llamada El susurro de las palabras. Por ello, he decido concentrarme en esta hasta que la acabe (Lo que no significa que deje de escribir las otras, no, las terminaré TODAS en cuanto acabe esta) Así que, aquí os presentó el primer capítulo.  


Capítulo I: Morgan

 El aire estaba impregnado del olor de las flores, los alumnos se sonreían sin parar y los profesores parecían especialmente desesperados porque las clases acabaran. Pero no fue hasta que observó el árbol que estaba enfrente de su clase cuando Adrian advirtió que la primavera se le estaba echando encima.
Adrian nunca prestaba atención a las estaciones, en realidad, no le importaba lo más mínimo en que estación estuvieran. Nunca salía a la calle a sentir el frio aire de invierno o el calor del verano. El internado en el que residía desde los siete años, Buckswood School, estaba bastante alejado del único pueblo que tenía cerca. Así que intentar ir al pueblo y salir del internado era algo que solo los alumnos más experimentados de último curso se atrevían a hacer. Pero, ni siquiera cuando ya era uno de ellos, se había planteado hacerlo. Ahí fuera no había nada para él.
Aquel día, mientras intentaba atender a las explicaciones del profesor que estaba escribiendo en la pizarra, decidió que debía darse prisa, el tiempo se le estaba acabando demasiado rápido. Solo faltaban dos escasos meses para que el curso acabara y con él su estancia en el internado. El veinticuatro de junio cumpliría los dieciocho años y ya no tendría ningún sitio en el que quedarse.
Para entonces tendría que haber acabado ya su libro. Adrian disponía de todo lo necesario para escribir una buena historia; una máquina de escribir, unos personajes bien definidos y, sobre todo, tiempo suficiente para escribirla. Lo único que le faltaba era lo más importante; el argumento.
Había escrito bastantes relatos a lo largo de sus diecisiete años y, según sus compañeros y profesores, eran bastante buenos. Pero ninguno era lo suficientemente bueno o largo para hacer un libro a partir de él.
Bradley! ¿Piensas quedarte ahí sentado todo el día?-gritó una voz desde el umbral de la puerta. Adrian ladeó la cabeza, aturdido, mientras se levantaba y salía de clase.- ¡Vamos!
No se había dado cuenta de que el profesor se había marchado, tampoco de que se encontraba totalmente solo en el aula. Cruzó sigilosamente el umbral de la puerta y se dirigió con paso firme a los estrechos pasillos.
-¿En qué demonios estabas pensando?-preguntó uno de los chicos que le rodeaban.
-Probablemente, en uno de sus libros.-musitó Peter, el mejor amigo y compañero de habitación de Adrian.-Siempre está pensando en lo mismo.
El resto de los muchachos que les acompañaban emitió un suspiro de resignación y rápidamente cambiaron de tema. Los libros que Adrian se empeñaba en empezar y en nunca acabar era un tema sobre el que ya habían hablado muchas veces. Quizás demasiadas para el gusto de sus amigos.
Se sentaron en el banco que solían frecuentar y empezaron a hablar animadamente. Adrian-que se había sentado a uno de los lados del banco-empezó a pensar. Tenía que buscar inspiración. Pero para eso tenía que salir fuera, donde pudiera concentrase y ver nuevos escenarios y nuevas caras. Estaba completamente seguro que ya había agotado hasta la última gota de inspiración que le daba el internado, sus amigos y sus compañeros de clase. Había escrito multitud de relatos sobre ellos, incluso el día de San Valentín se había aventurado a escribir un relato sobre los líos amorosos que a menudo se formaban en su clase. Pero el relato no había tenido la acogida que él esperaba. Cuando lo escribió no pensó en que quizás a sus compañeros no les gustaría que todo el mundo se enterase de lo que realmente significaban esos murmullos acompañados por risas nerviosas. Después de llevarse varias bofetadas, que hicieron que sus mejillas permanecieran rojas durante varios días, Adrian decidió que  en el futuro se abstendría de escribir relatos de amor.
 Mientras observaba a uno de sus compañeros de clase hablar con una chica recordó amargamente la historia del relato de San Valentín y instintivamente se llevo una mano a la mejilla. Recordar aquello le había hecho convencerse a sí mismo que debía cambiar. Desde hacía bastante tiempo una historia se cocía en su mente, pero nunca se había atrevido a escribir nada. Para él, era una idea de segunda. Pero... ¿Y si fuera lo bastante buena? Esas palabras resonando en su cabeza hicieron que la idea reapareciera, y tal y como había aprendido después de perder varias ideas por no apuntarlas a su debido tiempo, la apuntó sobre el cuaderno que llevaba sobre las piernas.
Ben llevaba demasiado tiempo sin salir de casa, sin que el sol rozara su piel, sin mantener  una conversación mas allá de los monosílabos con nadie de carne y hueso. Durante algunos meses afirmó que pasaría así el resto de su vida, solo en el viejo caserón de sus padres .Pero aquel día algo hizo que viera las cosas de otra forma. Quizás fue la brisa fresca de la mañana o el cantar de los pájaros, o quizás simplemente que el periodo de estar encarcelado en casa había llegado a su fin.
Después de darse un baño y colocarse la toalla alrededor de la cintura dirigió la mirada al espejo pero este no le devolvió la imagen que él deseaba. La imagen que se reflejaba en el espejo lleno de vapor era la de un chaval de unos diecinueve años algo demacrado y asustado. Golpeó bruscamente el espejo y…
-¿Otra vez igual?-vociferó Mathew en su oído.- Creía que habíamos salido aquí para tomar un poco el aire.
Adrian negó con la cabeza y cerró el cuaderno de golpe. Justo como momentos antes había acabado de hacer Ben con el espejo, pensó, mientras una sonrisa inundaba su rostro. Por mucho que sintiera unas ganas irrefrenables de irse a su habitación a sacar a Ben de su triste encierro no lo hizo. Sabía que sería de mala educación irse de allí sin un motivo aparente para hacerlo.
-¿Cuándo se supone que vendrá?-preguntó Daniel pasando la mirada por cada uno de los componentes del grupo.- Sería interesante poder hablar con él, ¿no creéis?
Los demás  no mostraron el mismo interés en el chico nuevo. Adrian, quien hasta el momento no había prestado interés por la conversación, agudizó el oído en busca de información con la que saciar la repinta curiosidad que se estaba apoderando de el poco a poco.
Permaneció en silencio durante un rato mientras escuchaba atentamente la conversación. Según lo que había oído sabia que esta tarde vendría un chico nuevo al Buckswood School. Que, al parecer, se llamaba Morgan y había perdido a sus padres en un accidente de tráfico hace dos meses. Adrian tragó saliva al oír ese dato tan escabroso. Todos los alumnos del internado tenían historias terroríficas sobre la muerte de sus seres queridos, pero ninguna se podía comparar con la de Adrian. Sin embargo, Adrian nunca había sentido el mismo dolor que ellos por la muerte de sus padres. Probablemente fuera porque la poca memoria que le quedaba sobre aquellos hechos se lo impedía.
-Me tengo que ir.-dijo de repente levantándose del banco donde estaba sentado.- Mr. Davis quiere que hable con él.
Todos  los presentes sabían que era una escusa barata con la que poder escabullirse a escribir .Pero, sabiendo cómo estaba cuando perdía la inspiración, no pusieron ninguna pega a que se marchara. En el fondo estaban contentos de que Adrian, tras meses sin tocar su vieja máquina de escribir, volviera a enfrascarse en una nueva historia.

Adrian caminaba por los pasillo del Buckswood sintiendo como la adrenalina le corría por las venas. Llevaba meses esperando esa historia. A cada paso que daba sentía que conocía un poco más a Ben. Los compañeros que pasaban por su lado lo miraban con expresión de hastió. Claramente, ellos no compartían su entusiasmo por nada. Los muchachos que estaban en el internado además de no ilusionarse con nada ni con nadie no solían sonreír mucho, lo que en el fondo  agradaba a Adrian a quien la gente que sonreía excesivamente le crispaba los nervios.
Abrió la puerta de su respectiva habitación y tras oír como la madera crujía con cada paso que daba se colocó en frente de su mesa. Sus dedos se deslizaban sobre la máquina de escribir mientras dejaba que su imaginación volara. Sin duda, para Adrian, esa era la mejor parte del día. En la que abandonaba el internado y se sumergía en un mundo que creaba él mismo; donde no había límites, ni profesores, ni obligaciones, donde no tenías porque cumplir dieciocho años.
Golpee bruscamente el espejo y lo rompí. Oí como los cristales caían al suelo y como la sangre empezaba a emanar de mi mano derecha. Siempre había sentido una inexplicable fascinación por ese líquido rojo que poseían todas las personas. Mi padre solía burlarse de mí diciéndole que por aquel detalle tan extraño tenía madera de asesino.
Mientras las lágrimas inundaban las cuencas que se formaban en mis ojos me limpie la herida que amenazaba con no dejar de sangrar y me vestí. Evitando todas las garrafas de vino que permanecían en el suelo, abrí la puerta y salí a la calle. Algo me decía que hoy sería un buen día, el mejor de todos los que podía recordar.
Adrian se detuvo súbitamente sobre la máquina de escribir. La inspiración había decido abandonarle a mitad de camino. Cogió una pluma y tachó las dos últimas líneas en las que había liberado a su protagonista de la prisión. Por mucho que quisiera no podía liberarlo, Adrian, no recordaba en absoluto como era la vida fuera de las cuatro paredes que siempre le rodeaban.
Evitando todas las garrafas de vino que permanecían en el suelo, abrí la puerta y salí a la calle. Algo me decía que hoy sería un buen día, el mejor de todos los que podía recordar. De pronto sentí como me flaqueaban las piernas y mi cerebro me imploraba que volviera a sentarme en el diván, que no abandonara mi estado de perpetua soledad. Todavía ignoro porqué pero decidí hacerle caso y mientras volvía a mi lecho me llevé a la boca un trago de un líquido, espeso y con un sabor que me quemó la garganta, procedente de una de las miles de garrafas que estaban en el suelo.
Tras escribir las dos últimas palabras abandonó su sitio frente a la máquina de escribir para tumbarse sobre su raido somier. Cerró los ojos con fuerza mientras deslizaba una de sus manos por su pelo; estaba sudando. Antes de que pudiera dejarse caer en los brazos de Morfeo la campana le avisó de que ya eran la siete y media; la hora de cenar.
La puerta de la habitación se abrió tras el molesto sonido que emitía cada vez que alguien intentaba abrirla. Adrian frunció el ceño, en gesto de completo desagrado ante aquel ruido. Tras cambiar de expresión reparó en que el que había entrado era Daniel y venía acompañado por alguien al que no recordaba conocer.
-¿Adrian?-preguntó Daniel mientras comprobaba que su amigo seguía despierto.-Mira, quería presentarte a Morgan.
Adrian se levanto rápidamente y le estrechó la mano al muchacho de ojos verdes que tenía delante. Después de que Daniel se encargara gustosamente de hacer las respectivas presentaciones y de llenar los silencios que a menudo se creaban, ambos se dieron cuenta de que llegaban tarde a cenar. Junto con Morgan, quien solo se había limitado a responder a las preguntas que le hacían con monosílabos, se dirigieron al comedor.
Sin duda, esa no era la primera vez que Adrian se había intentado escaquear de la cena. Miles de veces no había acudido a la hora de cenar y nunca le había caído una reprimenda por eso. Pero, claro está, esa vez era diferente. Estaba seguro de que con Morgan con ellos los profesores se percatarían de que llegaban tarde. Tragó saliva mientras se imagino lo que le esperaría una vez que hubieran cruzado las puertas del comedor.

Los gritos de la señora Monroe se fueron apagando lentamente mientras ellos seguían limpiando el comedor de los restos de comida. Suspiraron cuando oyeron que sus tacones se alejaban por el pasillo que conducía a la biblioteca. La señora Monroe pasaba la mayoría de su tiempo libre en la biblioteca acompañada del señor Davis, el bibliotecario. Y, a primera vista, podía parecer una mujer tranquila y agradable. Pero aquello estaba muy lejos de parecerse a la realidad; la señora Monroe era la profesora más temida de todo el Buckswood.
-Podría haber sido mucho peor. -murmuró Daniel mientras limpiaba los últimos trozos de comida del suelo.
-No lo creo.-dijo Adrian negando súbitamente con la cabeza. Aquel castigo le causaba arcadas, sobre todo si mientras lo hacia se imaginaba a sus compañeros masticando cada uno de los restos de comida que había en el suelo.-Nunca había hecho algo tan terriblemente repugnante.
-Claro que sí.-aportó Morgan, quien desde el principio no había mediado palabra con ninguno de los dos.-En mi antiguo internado, este era el castigo más leve que se impartía.
Adrian y Daniel asintieron en señal de asombro. Quizás, hacerse amigo de Morgan fuera una nueva fuente de inspiración para Adrian. Después de todo, él era el que más tiempo había permanecido en el exterior. Un sonrisa atravesó el rostro de Adrian mientras se cercioraba de que aquel día no podía salir mejor. Quizás hoy no haya sido el día de Ben, pensó, pero si el mío.

Recorrió los pasillos en solitario mientras oía como las risas y los ruidos que producían sus amigos, Daniel y Morgan, al andar se disipaban sobre el frio aire que inundaba los pasillos. Abrió la puerta de su habitación y, tras oír el característico ruido que emitía la puerta cada vez que alguien entraba o salía, entrecerró los ojos en busca de algún indicio que le dijera si alguno de sus compañeros permanecía aun despierto. Aparentemente, estaban todos dormidos.
Se despojó de las ropas que llevaba y las cambió por el costoso pijama que le había regalado su tía las navidades pasadas, nada parecido a los modestos pijamas que solían llevar sus amigos. Si no fuera por mí, nunca podrías llevar esto. Ni siquiera con los elementos de padres que tenías. Aquellas palabras eran las que habían salido de los pintados e hipócritas labios de su tía y, probablemente, nunca las olvidaría. Tragó el líquido amargo que de repente se deslizaba por su garganta y se tumbó en la cama, abatido.
-¿Qué tal ha ido?-preguntó Peter encendiendo la lámpara que estaba depositada sobre la mesilla. Adrian ahogó un grito. Al parecer, no podría dormir esta noche.-Lo siento, no pretendía asustarte.
Adrian soltó una risita nerviosa.
-La verdad, puede que después de todo haya valido la pena. -susurró mientras se tumbaba sobre la especie de cama que se le había asignado y se cubría con las mantas.-Morgan es un tío legal, después de todo.
Peter frunció el ceño y, aunque se moría de ganas por preguntarme más cosas sobre su castigo, tras oír dos “después de todo” de la boca de su amigo comprendió que Adrian estaba demasiado cansado como para responder a más preguntas. Adrian siempre que se adormecía solía decir “después de todo” a todas horas.
-Dejemos el interrogatorio para mañana.-dijo Peter negando con la cabeza.-No quiero que lo único que pueda sacar en claro de lo que hoy me digas sea “después de todo”. -soltó una risita.-Adrian, ¿sigues despierto?
Pero nadie contesto a su pregunta. Adrian yacía boca abajo sobre su cama mientras dormía con expresión de agotamiento. Dirigió la vista hacia la ventana donde las gotas de lluvia golpeaban bruscamente los cristales. Desde que Adrian había empezado a escribir la lluvia no había amainado. ¿Tendría algo que ver la lluvia con la repentina inspiración de Adrian? Reprimió una carcajada mientras se lo planteaba. No, aquello era imposible, los fenómenos atmosféricos no tenían nada que ver con Adrian.
Apoyó la cabeza sobre su roída almohada y cerró los ojos. Seguramente, mañana la lluvia ya habría desaparecido y solo quedarían los charcos que se formaban en las aceras. Pero lo que no sabía Peter era que no dejaría de llover en toda la primavera, ni en el verano. Solo dejaría de llover cuando lo peor hubiera pasado.


7 comentarios:

  1. Pues sinceramente me ha encantado! Quiero que sigas con esta me ha enganchado! PD: ya era hora de que aparecieras hahhha. Pásate y beso!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro de que te haya gustado.Hoy subiré el capítulo 2.Con esta iré mas rápido porque ya tengo bastante escrito.Un beso y gracias por leer y comentar:)

      Eliminar
  2. Me encanta, quiero más. Realmente es muy buena y mientras iba leyendo, yo mismo me iba inspirando para escribir algo... Gracias!
    Besos con cianuro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias! Me alegro de que te hayas inspirado tú también como Adrian,el protagonista.Un beso y gracias por comentar:)

      Eliminar
  3. Ajnajdsnfnjdasjnkafsdfdnnskafd.

    Quiero más, que genial *-* ¿En está historia va a haber fantasía? Porque si es que la hay, de verdad, muero de amor.

    Me encanta.

    Un beso.


    Raúl.

    ResponderEliminar
  4. Muchísimas gracias,Raúl. Me alegro de que te hayas pasado a leerla y te haya gustado.La verdad es que no te lo puedo decir,sigue leyendo y lo sabrás.Un beso:)

    ResponderEliminar
  5. Tienes mucha iniciativa para crear un blog propio, yo tengo miedo a que me roben mis historias. Este es el primer capítulo tuyo que he leido y me ha apasionado, deseo que todos los demás sean iguales o, si cabe, mejores. Un saludo

    ResponderEliminar

Me gustaría mucho que comentarais..y a todos los que comenten le responderé personalmente..:)