Hace dos meses
escribí este relato con la intención de presentarlo a Los premios a la Creación que se celebran en mi instituto. La
verdad es que no creía que podría ganar hasta que ayer me dijeron que lo había hecho
.Aquí os dejo el relato por si a alguien le interesa leerlo.
El último Halloween
Un leve
tic-tac anunció que solo quedaban veinte tediosos
minutos de clase. Adrián ladeó la cabeza, ligeramente aturdido. Se dio la
vuelta y pasó la mirada por cada uno de sus compañeros que lo miraban
impasibles. El profesor emitió un suspiro de resignación y volvió a mirar el
reloj. Ya ni siquiera se molestaba en intentar dar clase, ¿Para qué? Todos
sabían que la última hora del viernes era una hora perdida, así que él se
limitaba a sentarse en su silla y esperar cómodamente a que el tiempo pasara.
El
timbre dio paso a sonrisas de euforia y, los alumnos que antes se mantenían
quietos como estatuas, se convirtieron
en chicos que corrían desesperadamente, cómo si todos llegaran tarde a algún
sitio. Adrián metió silenciosamente los libros en la mochila y solo advirtió
que estaba completamente solo cuando levantó la vista para enfundarse en su
chaquetón. Recorrió los pasillos
despacio, sin ninguna preocupación. Hace
tiempo, pensó, yo era igual que ellos.
Y lo había sido. Había esperado ansioso muchas veces el estridente sonido del timbre; para poder
salir con sus amigos, para poder oír los chistes malos de Ben, para poder
disfrutar de su libertad.
Por un momento divisó a lo lejos una figura
que se acercaba a él y solo durante un leve instante creyó que era el mismísimo
Damián quien se acercaba con paso firme hacia él. Se frotó los ojos con las
manos, heladas por el frío, y tan rápido como había aparecido, Damián se esfumó
dejándolo, otra vez, completamente solo.
Observó
como su madre, desde el coche, esperaba a que saliese. Hace algunos meses las
cosas habían sido muy distintas a cómo eran hora. Su madre ahora vivía por y
para protegerle, antes se limitaba a preguntarle ¿Qué tal te ha ido hoy? Su actitud con ella también había
cambiado; antes, Adrián, solía ser el típico adolescente problemático con
pésimas notas y malas contestaciones a cada cosa que se le preguntaba. Pero
ahora era alguien sumiso y tranquilo al que ya no le importaba nada, salvo la
tranquilidad de su madre.
Abrió
la puerta del coche y se sentó en el asiento del copiloto. Mientras se
abrochaba el cinturón su madre le sometió al interrogatorio de todos los días y
él, como siempre, se limitó a contestar a cada cosa lo mejor que pudo. Apoyó la
cabeza sobre la puerta del coche intentando conciliar el sueño que minutos
antes le había atacado. Mientras, su madre lo miraba y se repetía a sí misma
que mudarse sería lo mejor para los dos.
Estaba en la comisaría, otra vez. El
inspector López lo miraba mientras se mordía con fuerza el labio, esperando que
soltara prenda. Pero Adrián no pensaba
hacerlo por mucho que lo intimidara. El inspector, perdiendo nuevamente los
nervios, le pegó un manotazo a la mesa ante la que Adrián estaba sentado con absoluta serenidad.
Suspiró y, mirando las sucias baldosas que cubrían el suelo, le volvió a
preguntar que había sido lo último que le habían dicho sus amigos. Adrián,
mirando fijamente al inspector, le contestó tajantemente que sus amigos habían
planeado pasar la noche de Halloween en una de las casas abandonadas de la
ciudad. El inspector frunció el ceño, cerciorándose de que el chico le decía la
verdad. Abrió la carpeta donde estaba archivado el caso de aquellos chicos;
Damián, Ben, Pablo y Daniel y se aseguró que la casa que el chico le estaba
describiendo encajaba con el retrato de la casa en la que se habían encontrado
los cadáveres. Una vez hecho el interrogatorio, López, hizo de poli bueno y
acompañó al chaval y a su madre, qué estaba hecha un manojo de nervios, hasta
la puerta de la comisaría.
Adrián
abrió los ojos, jadeando, mientras se aseguraba de que no estaba en la comisaría.
Su madre le hizo un gesto con la cabeza invitándolo a que saliera del coche.
Observó su nueva casa con detenimiento, era de ladrillo rojo y sus ventanas
estaban, al igual que hace pocos meses en su antigua casa, enrejadas. Ayudó a
su madre a meter las pocas pertenencias metidas en cajas que se habían llevado consigo.
Su
habitación era de color azul y estaba medio vacía. El espacio solo lo ocupa una
cama a medio hacer, una mesa donde estaban depositados sus libros de texto, una
tele que colgaba de una de las cuatro paredes que la formaban y una consola.
Pasó la mano por el cristal, prácticamente indestructible, qué su madre había
puesto en su habitación. Suspiró recordando cómo era su madre antes del treinta
y uno de octubre. Era una mujer alegre y llena de vida y, aunque tenía sus
manías y paranoias, vivía tranquila. Ahora era una maniática que velaba día y
noche por la seguridad de su hijo. Por eso no le permitía tener amigos nuevos,
ni salir a la calle, ni meterse en las redes sociales, prácticamente no le
permitía vivir. Lo único que podía hacer Adrián en las horas muertas del día
era jugar a la consola, ver la tele y leer. Antes, la idea de leer le aburría,
sin embargo los libros de fantasía se habían convertido en un refugio donde
perderse de su realidad.
Revolvió
la sopa que había en su plato, ligeramente asqueado. Odiaba la sopa. Bajo la
mirada atenta de su madre se llevó la chuchara a los labios y le dio un pequeño
sorbo, y así hasta que su plato estuvo completamente vacío. Después anduvo con
pies de plomo hasta su habitación, donde se dejó caer sobre la cama, abatido.
Daniel le dio una patada a un montón de hojas
marrones que se acumulaban en el suelo del patio mientras los demás esperaban a
que Ben se dignara a aparecer. Ben siempre había destacado por su falta de
puntualidad pero esta vez, sabiendo que tendrían que planear lo que harían esta
noche, les pareció demasiado raro a todos que no pensara presentarse. Damián
carraspeó y echo un vistazo a su reloj. Solo faltaban quince minutos para que
el timbre le pusiera final al último recreo de aquel viernes.
Tras unos minutos de espera, Ben, se dignó a
aparecer con el pelo revuelto y cubierto de sudor. Después de lanzarle algunas
miradas de reproche, todos miraron a Pablo invitándole a que procediera. Pablo
sonrió malévolamente y les dijo lo que pensaba hacer en Halloween. Era una idea
descabellada, aunque en ese momento a los cuatro les pareció lo más normal del
mundo. Pronto todos sonrieron, mostrándole a Pablo que la idea les había
encantado. Claramente todos estaban encantados con la idea, todos menos Adrián
que no podía ir por culpa de su madre. Balbuceando y con la respiración
entrecortada les explicó a todos que esta vez, como siempre, no podía ir con
ellos. Ellos asintieron y mientras ultimaban los últimos detalles de su plan,
Damián le palmeó la espalda para que no se sintiese culpable.
El timbre interrumpió la voz de Damián
mientras concretaban la hora en la que se reunirían en la casa. Las diez y
media. Después de despedirse todos anduvieron hasta sus respectivas clases. Adrián
los contemplaba alejándose. Nunca los volvería a ver. Nunca podría volver a
hablar con ellos, ni disfrutar de alguno de los chistes malos de Ben, nunca más
volvería a pasar otro recreo con ellos. Pero ninguno de aquellos pensamientos
pasó por la cabeza de Adrián, quien con
paso firme, anduvo hasta su clase y se dejó caer en su silla.
Tenía
la respiración entrecortada y una gota de sudor se deslizaba por su frente. Tenía ganas
de gritar, pero el nudo que tenía en la garganta se lo impedía. Se aferró a las
sábanas de su cama, intentando pensar con claridad. Había soñado con el momento
en el que vio por última vez a sus amigos, miles de veces lo había relatado al inspector que dirigía el
caso, pero nunca lo había sentido tan real. Desde que murieron se ha sentido
culpable, como si él fuera responsable de su muerte. No solo le ha acompañado
la soledad durante este tiempo si no que la culpabilidad ha hecho mella en él.
Se
levantó de la cama e intentó abrir la ventana, en busca de una bocanada de aire
fresco, pero no pudo porque estaba cerrada y sabía perfectamente que si tiraba
de ella el sistema de seguridad saltaría
y alertaría a su madre. Así que se dio por vencido y nuevamente se sentó
en su cama, pensativo. No podía aguantarlo más. No podía soportar más
pesadillas, ni el control de su madre, ni nada. No quería que lo protegieran de
algo que ni siquiera sabían que era. ¿Un asesino? ¿Un psicópata? Todo podía
ser, pero nadie había encontrado huellas, ni ADN en los cadáveres y tampoco
nadie había visto a alguien en la casa. Pero él necesitaba saber quién había
matado a sus amigos. No podía vivir sin saberlo.
Sabía
perfectamente lo que debía hacer. Se vistió, cogió su navaja; que le habían
regalado las navidades pasadas, y tras
asegurarse de que la alarma no lo delatara se subió a su bici y emprendió el
camino hacia su antiguo barrio. Por suerte recordaba a la perfección el camino
a su antigua casa. Cuarenta minutos después estaba frente a la casa donde
habían sido presuntamente asesinados sus mejores amigos.
Se
adentró en la casa y el olor a podredumbre lo invadió produciéndole arcadas.
Recordaba lo que les había dicho Pablo hace unos cuantos meses; Dormiremos en el salón de la casa y veremos
si la noche de Halloween pasa algo interesante. Seguro que sí.
El
tiempo corría velozmente y en la casa no había nada ni nadie, aparentemente.
Llegó a pensar que lo que había matado a sus amigos y le había atacado varias
veces en aquellos meses, no estaba allí. Hasta que la única bombilla que iluminaba
la fría estancia en esa casa se apagó y notó un aliento cálido en su nuca y una
respiración agitada que no era la suya. Casi sin moverse intentó deslizar la
mano hasta el bolsillo donde tenía guardada la navaja, pero antes de que
pudiera hacer nada percibió unas manos que le cogían por los hombros y supo que
había pagado un precio muy alto por saber la verdad.
María
cogió el teléfono harta de que sonara y se lo colocó en su oreja izquierda. ¿Es usted la madre de Adrián Fernández?, le
preguntó una voz ronca. Ella afirmó balbuceando, preparándose para lo peor. Sentimos mucho comunicarle, señora, que su
hijo ha muerto. Las lágrimas corrieron por su rostro y sintió como las
piernas le fallaban. Adrián estaba muerto.
Enhorabuena por ganar! ^^ Me gusta la forma que tienes de narrar :D
ResponderEliminarLo único que me ha dejado un poco rara ha sido el final, nunca me ha gustado que no hubiese pistas que te lleven a averiguar al asesino o al menos que te hagan tener algunas suposiciones.
Pero eso son cosas mías ^^ Para gustos los colores :D
Bss
¡Hola! Muchas gracias por leerlo,la verdad es que no me esperaba ganar.Con respecto al asesino ya que tenia una extensión máxima de tres folios no se podía desenmascarar a un asesino.Supongo que cada uno tiene sus gustos,pero,personalmente,creo que para este relato es mejor que cada uno le ponga el asesino que el quiera.
EliminarGuau la historia es espeluznante e increíblemente buena. La verdad es que sigo con la intriga de saber quién asesinó a sus amigos y a Adrián! Está genial, desde luego, me encanta! No me extraña nada que ganaras!
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentar.Me alegro de que te haya gustado.Supongo que el secreto de quien los mató me lo llevaré a la tumba jajaja ¡Un beso!
Eliminarme gustó mucho el relato!!! no me extraña que ganaras!!! te lo merecess =D
ResponderEliminar¡Hola!La verdad,es que me alegro de que os haya gustado tanto el relato.Muchas por comentar y por leerlo¡Un beso!
Eliminar¡ Muchísimas gracias otra vez por el premio!
ResponderEliminarMe encantó! te leo^^
ResponderEliminarMuchas gracias,me alegro de que te guste:)
EliminarMe alegro muchísimo de que ganaras :) Está claro que te merecías el premio ^^
ResponderEliminarPero que bien escribe esta chica. Es normal que ganara soy el fan numero uno de este blog que garnde jajaja. "UN EUROOOOOO"
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