martes, 2 de julio de 2013

Capítulo III: Ben Aldridge

Capítulo III: Ben Aldridge

-Y con esto, señores, creo que se pueden hacer una idea aproximada de lo que os va a suponer el próximo examen de literatura.
Todos los alumnos mostraron cierto desagrado ante aquel comentario procedente de la señora Monroe. Adrian se preguntaba porque ahora, justo cuando ya le había llegado la inspiración, los profesores les acribillaban con exámenes. Chasqueó la lengua y, después de coger sus libros, se deslizó escaleras arriba hacia su habitación. No pensaba ir a música. De todas formas, él ya sabía tocar tanto el piano como la guitarra. ¿Para qué le servirían en un futuro las clases que impartía el señor Wood? Sin duda alguna, no le servirían para nada.
-¿A dónde te crees que vas, jovencito?-la voz de la señora Monroe resonó en todo el pasillo.-Mas te vale que no sea lo que estoy pensando.
Adrian se dio la vuelta precipitadamente y notó como un nudo se tejía en su garganta, cortándole la respiración. Echó una mirada hacia atrás y contempló, tranquilizándose, de que no era a él a quien la señora Monroe estaba llamando .A él no lo había visto. Sus ojos estaban fijos en el pobre Morgan quien intentaba hacer lo mismo que él, pero había tardado más de lo que debía.
Morgan no se había adaptado tan bien al Buckswood como todos pensaban que lo haría. Al contrario que todos los chavales del internado, Morgan no quería un futuro. Es más, el no lo necesitaba. Todos los demás, incluso Adrian, se preparaban para buscarse un trabajo en cuanto cumplieran los dieciocho. Pero los planes de Morgan eran completamente diferentes. Morgan decía que en cuanto cruzara las puertas del Buckswood a finales de junio sería un hombre rico y no tendría de que preocuparse. Todos reían y asentían nerviosamente ante aquellos comentarios que hacia Morgan cada vez que se hablaba del futuro. Estaban empezando a pensar que a su nuevo amigo, Morgan, no le quedaba ni una pizca de cordura.
Adrian desterró rápidamente esos pensamientos de su cabeza y entró en su habitación. Justo antes de que se sentara en silla frente a su máquina de escribir, percibió unos pasos que se acercaban por el pasillo y que intentaban abrir la puerta .No quiso imaginar lo que le pasaría si lo encontraban ahí. Se metió debajo de su somier y dejó de respirar momentáneamente.
Unos zapatos de color negro cruzaron la habitación y, tras dejar pasar la mirada por las tres camas que había, dejaron un paquete de color azul y un sobre encima de la cama de Adrian. Después, sonrió y se marchó mientras silbaba alegremente. Adrian salió de su escondite y se limpió el polvo que se había pegado a él durante los minutos que había permanecido Martin en la habitación.
Martin era el conserje del internado y, probablemente, la persona que mejor llevaba residir en aquel agujero para ratas lleno de musgo. Él se encargaba de entregar las cartas de los familiares a los pocos afortunados que las recibían.
Pero, aquella vez, al observar el papel del envoltorio de paquete y la firma de la carta Adrian se sintió más desalentado que nunca. Muchos de sus compañeros, los que contaban con padres vivos que aun se acordaban de su existencia, se alegraban cada vez que les escribían cartas. Pero a Adrian la única que le solía escribir, a excepción de su tío en marcadas ocasiones, era su tía.
                                                                                               Londres, 3 de Mayo de 1930
Querido Adrian,
Me pregunto si habrás notado la ausencia de mis cartas últimamente. Sí es así lo siento muchísimo, pero el tiempo me impide escribirte mucho más de lo que en realidad me gustaría. Me encantaría contarte con detalle cómo están tus primos y tu tío y, si fuera posible, que pasaras unos días aquí en Londres con nosotros. Pero, como tu bien ya sabes, el trabajo nos lo impide.
Adrian paró de leer súbitamente. El perfume que desprendía la carta y las palabras hipócritas y sofisticadas con las que su tía le decía que no querían que estuviera con ellos le ponía, literalmente, enfermo. Durante unos segundos contempló vagamente la posibilidad de dejar la carta y el misterioso paquete a un lado y seguir trabajando con Ben. Esta mañana, en  clase de Álgebra había encontrado un apellido para él. Ahora Ben ya no sería Ben sino Ben Aldridge.
Movido por la curiosidad, decidió seguir leyendo la carta en busca de alguna pista que le dijera que era el paquete y para que se lo habían enviado a él. Quizás, solo quizás, pudiera ser algo bueno para Adrian.
¿Qué tal te va en los estudios ?Espero firmemente que tus notas no hayan bajado. Pero estoy muy preocupada por lo que la señora Monroe me contó de ti cuando la llamé. ¿Es verdad eso, Adrian? Nunca lo hubiera esperado de ti, un chico tan listo y con tantas cualidades, que incitara a un alumno nuevo a faltar a la cena y que luego se negara a cumplir el castigo que se le había impuesto.
Si eso es verdad me temo que tu tío y yo deberíamos hablar contigo tarde o temprano, mejor temprano que tarde. Pero, no te preocupes, no te he escrito esta carta expresamente para sermonearte por lo que hiciste. Te he escrito esta carta porque, sintiéndolo muchísimo, me temo que no podrás venir con nosotros a Londres en las próximas vacaciones. Ya sé que dentro de dos semanas es el aniversario de la muerte de tus padres y por eso hemos pensado que lo mejor para ti, que estas tan ocupado con exámenes y demás, seria quedarte en el internado e ignorar la fecha. Tu tío y yo nos ocuparemos de ir a misa y de cambiarles las flores, por eso no te preocupes, mi querido Adrian.
Por último, pero no por eso menos importante, quería decirte que hace tiempo que me cuentan muchas cosas sobre tu nueva afición. ¿Quieres ser escritor? Eso es fantástico, Adrian. Seguramente a estas alturas de la carta te preguntarás que tiene que ver todo lo que te he dicho con el paquete que probablemente ahora mismo estés sujetando entre tus manos. Te lo diría, pero prefiero que lo abras y que antes de tirarlo como has hecho siempre con nuestros regalos, le echaras por lo menos un vistazo.
Un abrazo,
Elizabeth Bradley
Adrian no sabía qué hacer. No sabía si echarse a llorar desconsoladamente, si abrir el paquete como forma de consolación o si gritar para calmar su enfado. Finalmente las lágrimas que se agolpaban en sus ojos decidieron por él y empezó a llorar. Cada año, la situación con su supuesta “familia” empeoraba. Pero este año había sido la gota que colmaba el vaso. ¿Demasiado ocupado en exámenes para faltar tan solo un día? ¿A quien pretendía engañar esa mujer diciendo que “creo que eres un chico tan listo y con tantas cualidades”? Lo que Elizabeth pensaba de él, sin duda, era que aun era y sería un niño imbécil. Pero, en cierto modo y debido a la impotencia, Adrian se sentía exactamente así, como un imbécil.
Hizo una bola de papel con la carta y la tiró por la ventana lo más lejos de su vista que pudo. Otras veces había guardado las cartas que le enviaba su tía para después reírse con sus amigos mientras releían las palabras que rezumaban falsedad, pero, esta vez, no quería volver a ver esa carta. Se limpió bruscamente las lágrimas que aun corrían por sus mejillas y le dio un puntapié para apartar el dichoso paquete de su cama.
Se tumbó con la mirada perdida en la inmensidad y suspiró, dejando volar sus pensamientos. Su tía le había arrebatado cruelmente las ganas de hacer cualquier cosa. Miró de reojo su máquina de escribir y las hojas que ya había escrito, que le imploraban en silencio que siguiera escribiendo. Adrian sonrió, después de todo no iba a permitir que su tía le arruinara en día, ni la vida mucho menos.
Las luces del alba iluminaban mi habitación obligándome a despertarme. Me desperté con el dolor de cabeza habitual que me perseguía desde hacía bastante y con el añadido de estar casi sin voz. Pero eso era lo de menos, de todas formas, yo no tenía a nadie con quien hablar. Mientras pasaba la mirada por la habitación sentía asco por todo y, sobre todo, por mí mismo. ¿Cómo había llegado yo a estar en esta situación?
Recorrí la casa abriendo ventanas e iluminando habitaciones a las que el sol no había tocado en, probablemente, años. Quizás, la hora de cambiar de modo de vida habría llegado. Un ruido me alerto de que alguien estaba llamando a la puerta de casa. ¿Quién podría estar tan desequilibrado para acercarse aquí? Después de caer en la depresión, no se puede decir que tratara muy bien a mis vecinos. No traté decentemente a nadie. Me ruboricé al recordar aquel comportamiento tan imperdonable y abrí la puerta.
-¿Qué es eso, Adrian?-pregunto una voz desde el umbral de la puerta, que  segundos más tarde Adrian identificó como la de Peter.
-No es nada.- musitó Adrian restándole importancia al asunto.-Algo de mi tío.
Peter era curioso por naturaleza y desde que Adrian y él se habían conocido diez años atrás siempre había querido saber todo aquello que le rodeaba. Pero, esa vez, Adrian no tenía ganas mas que de dedicarse a perderse en el mundo de Ben y hablar con Morgan como fuente de inspiración.
-Está bien.- dijo Peter cambiando repentinamente el tema de conversación, lo que sorprendió a Adrian, quien se esperaba que Peter lo atosigara hasta abrir el paquete.- ¿Qué tal llevas lo de literatura?
Adrian sintió que se estaba empezando a marear. ¿Examen de literatura? Buscó vagamente un recuerdo de eso en su cabeza y recordó las palabras de la señora Monroe antes de marcharse de clase hoy. ”Y con esto, señores, creo que se pueden hacer una idea aproximada de lo que os va a suponer el próximo examen de literatura” Se levantó de la silla y bajo la mirada atenta y desconcertada de Morgan cogió sus libros de literatura y cruzo la habitación.
-Si me necesitáis, estaré en la biblioteca.-dijo, como forma de cortesía. En realidad, esperaba que nadie lo necesitara hasta mañana.-Pero, claro está, solo a menos que el internado arda. Si no, ni os molestéis.
Peter soltó una carcajada y observó como su amigo salía de la habitación y se iba a la biblioteca. Él ya había estudiado literatura y, al contrario de lo que hacían los otros alumnos, él no solía estudiar la víspera al examen. Prefería dedicar ese tiempo a descansar.
 Se tumbó sobre su lecho y miró a todos lados en busca de algo con el que pasar el rato que le quedaba de soledad. Adrian había estado escribiendo, lo que significaba que podría leer algo más de la historia a la que aun no le había puesto nombre. Se sentó en frente de la máquina de escribir, pero al contrario que Adrian, Peter no tocó nada salvo las hojas que ya estaban escritas. Sonrió, a él le gustaba leer lo que Adrian escribía, en cierto modo y aunque Adrian no lo admitiera del todo, sus historias eran buenas.
Justo cuando Ben estaba a punto de abrirle la puerta a alguien, alguien llamó con los nudillos a la suya, haciendo que se sobresaltara. ¿Quién no estaría estudiando? Entonces, mientras esa pregunta invadía sus pensamientos antes ocupados por Ben, supo que quien estaba tras la puerta no podía ser otro que Morgan.
Se levantó de la silla y giró el pomo de la puerta para descubrir, con cierta satisfacción, qué había acertado; era Morgan.
-¿Se puede?-preguntó Morgan con el semblante sonriente.
Peter asintió haciendo un gesto con la cabeza para indicarle a Morgan que entrara.
-¿Qué haces que no estás estudiando como si la vida te fuera en ello?-Morgan miró la habitación en busca de algún tipo de apunte o algún libro. Pero todo estaba sumido en una extraña calma.-Quiero decir…-dijo dirigiéndose a Peter quien permanecía ausente con la mirada perdida en un papel que yacía en el suelo.-, pensaba que todos estaríais estudiando.
-No me gusta estudiar el día previo al examen.-Peter sonrió.-Una de mis manías.-Morgan asintió algo confundido.-Prefiero estudiar varios días antes y después solo repasar.
Morgan chasqueó la lengua y se sentó en la cama, completamente vacía, de Adrian. A veces, Morgan, creía que sus amigos tenían una idea aproximada de cómo era la vida fuera de los muros de piedra que impedían que salieran del internado. Otras, en cambio, pensaba que solo eran un grupo de fracasados que se esforzaban en aprobar el curso para nada. Él no tenia motivo alguno para perder el tiempo en exámenes, después de todo, al salir del internado sería asquerosamente rico.
-¿Dónde está Adrian?-Peter frunció el ceño. No le gustaba que Morgan pasara tanto tiempo con su amigo. Tenía la sensación de que lo único que quería hacer Adrian en estas fechas era hablar con Morgan y escribir. ¿Dónde habían quedado las tardes en las que ambos se divertían releyendo las cartas de su tía?-Creía que estaría contigo.
- Estudiando, no quiere que nadie lo interrumpa. Ya sabes, Adrian se toma  enserio sus notas.-dijo Peter con algo de retintín.
Morgan frunció el ceño y siguió paseando la mirada por la habitación. De todos los chicos que había conocido en el poco tiempo que llevaba en el Buckswood Peter era, sin duda alguna, el que peor le caía. Aunque continuamente sentía  que aquel era un sentimiento mutuo que ambos compartían. Pero, por lo que a Morgan respectaba, no pensaba irse del grupo sin importar lo que pensara Peter de él.
-¿Qué se supone que es eso?-Morgan señaló con el dedo índice la máquina de escribir de Adrian y el montón de papeles que estaban apilados en un montón a su lado.- ¿Puedo leerlo?
-Supongo que sí.- titubeó Peter. No sabía si debía dejarle leer las historias pasadas de Adrian. Pero, como Adrian pensaba usar a Morgan como fuente de inspiración, supuso que a estas alturas le daría igual. Le tendió el ultimo que había escrito el año pasado.-Este está muy bien.

Atrapado en una historia interminable
Adrian Bradley
Cuenta la leyenda que existía un joven escritor que vivía atrapado sufriendo la misma historia cada curso de su vida. Y la historia que vivía era una historia que ni él mismo, aun siendo escritor, podía cambiar. No elegía a los personajes ni se podía permitir el lujo de conocerlos lo suficiente, el personaje que este año ocupa el papel de antagonista podía ser el que años atrás hubiera sido un personaje secundario.
Los principios siempre seguían el mismo patrón. Septiembre era el mes donde se ponía la primera letra de aquel nuevo capítulo de la historia interminable. Era por aquellos días de no demasiado calor ni tampoco de excesivo frio, cuando él conocía a la que más tarde se la apodaría la antagonista de la historia. En los meses siguientes no cabían lugar a las dudas ni tampoco a las preocupaciones. Por aquel entonces, el protagonista no había puesto ni los ojos en la persona que constantemente estaba a su lado.
Diciembre, fue uno de los meses que también paso desapercibido por la historia del joven escritor. Pero, cuando enero anunciaba su entrada, algo casi imperceptible se formó en la atmósfera que lo rodeaba. Apenas fue un murmullo o quizás simplemente un suspiro, o, probablemente, un parpadeo lo que hizo decisivo el cambio.
El joven escritor empezó a reparar en su entorno, y, quizás justo a tiempo, se dio cuenta de que la antagonista estaba justo a su lado. Los días desde aquel momento fueron cambiando, las palabras a las que antes se les adjudicaba simplemente un tinte cariñoso  entre personas que se conocían, cambiaron de aspecto.
Pronto, el joven escritor, perdió el sentido de la razón para convertirse en alguien únicamente guiado por lo que hacía o dejaba de hacer la otra persona. Se hizo dependiente de la antagonista. Y, cuando todo parecía acercarse a uno de los más esperados finales felices, cuando la historia parecía que por fin cambiaba, entonces, fue cuando todo se torció igual que las veces pasadas.
Todo empezó a cobrar un sentido sombrío y lúgubre que sumió al joven escritor en una de las peores incertidumbres que había sufrido a los largo de los años. Las palabras que le habían parecido sinceras y que realmente tenían un tinte cariñoso ahora le golpeaban bruscamente los oídos haciendo que se sintiera realmente ultrajado de su dignidad. Todo lo que por el momento había indicado que la antagonista no sería verdaderamente ella, ahora era mentira. Una vez más, solo había servido como objeto de burla.
Ya en junio, cuando la historia amenazaba con acabar, el joven escritor, sumido en la desesperación y en una de las peores depresiones a las que había sido sometido a lo largo de la historia, se dejó caer en el pozo de la amargura hasta que el curso acabara y se despidiera de la antagonista para siempre. Una vez más, la historia se había vuelto a repetir desde el primer párrafo hasta el desolador final. Una vez más, el joven había perdido contra el cruel destino.
-¿Y así acaba?-preguntó Morgan a quien le brillaban los ojos. Peter sonrió, al parecer, le había gustado el relato de su amigo.- ¿No hay segunda parte?
-Desgraciadamente, no.-respondió Peter.- Técnicamente el relato volvería a empezar desde el principio.-Peter señaló con el dedo los primeros párrafos del relato.-Y el protagonista volvería a septiembre para volver a vivir la historia. De ahí a que se llame “Atrapado en una historia interminable”.

Adrian se adentró en la biblioteca, que estaba llena de gente. Escrutó la estancia con los ojos entrecerrados en busca de su sitio. Maldijo por lo bajo cuando se dio cuenta de que alguien se había adelantado a sus pasos y le había usurpado el sitio .Atravesó la biblioteca y encontró un sitio en  la última fila. Después de todo, el sitio no estaba tan mal. Pero no era su sitio. No era el sitio desde donde llegaba perfectamente el aire de la ventana y desde donde el sol calentaba la silla para que no pasaras frio.
Abrió su libro de literatura por el principio de los tres temas que entraban en el examen y suspiro. Estaba perdido. Echó una mirada hacia la ventana y observó que el sol aun brillaba resplandeciente. Para cuando saliera de allí, ya no quedaría ni rastro del sol.
Las horas pasaban lentamente mientras Adrian permanecía sin apartar, ni siquiera durante un segundo, la vista del libro. Ya casi era media noche pero le había dado tiempo a estudiarse los tres temas. Y, si el cansancio no se lo impedía, quizás podría aprobar el examen. Debía aprobarlo. Si no aprobaba se vería obligado a tener que soportar otra de las cartas de su tía y, si el suspenso era demasiado llamativo, una de su tío.
-¿Qué?-dijo el señor Davis recogiendo los libros que tenia sobre su mesa.- ¿Qué tal lo llevas?

-La verdad…-Adrian titubeó antes de decir que no sabía cómo le saldría. Debía tener una actitud positiva ante aquel examen.-, es que bastante bien.

2 comentarios:

  1. Hola! Como los anteriores me parece genial y espero el siguiente. Tengo necesidad de seguir escuchando el susurro de las palabras...

    Besos con cianuro de tu ultra fan.

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    1. Me alegro de que te guste.Mañana,nada más y nada menos,podrás leer el siguiente.

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Me gustaría mucho que comentarais..y a todos los que comenten le responderé personalmente..:)