Capítulo
III: Ben Aldridge
-Y con esto, señores, creo que se pueden
hacer una idea aproximada de lo que os va a suponer el próximo examen de literatura.
Todos los alumnos mostraron cierto
desagrado ante aquel comentario procedente de la señora Monroe. Adrian se
preguntaba porque ahora, justo cuando ya le había llegado la inspiración, los
profesores les acribillaban con exámenes. Chasqueó la lengua y, después de
coger sus libros, se deslizó escaleras arriba hacia su habitación. No pensaba
ir a música. De todas formas, él ya sabía tocar tanto el piano como la
guitarra. ¿Para qué le servirían en un futuro las clases que impartía el señor
Wood? Sin duda alguna, no le servirían para nada.
-¿A dónde te crees que vas,
jovencito?-la voz de la señora Monroe resonó en todo el pasillo.-Mas te vale
que no sea lo que estoy pensando.
Adrian se dio la vuelta precipitadamente
y notó como un nudo se tejía en su garganta, cortándole la respiración. Echó
una mirada hacia atrás y contempló, tranquilizándose, de que no era a él a
quien la señora Monroe estaba llamando .A él no lo había visto. Sus ojos
estaban fijos en el pobre Morgan quien intentaba hacer lo mismo que él, pero
había tardado más de lo que debía.
Morgan no se había adaptado tan bien al Buckswood como todos pensaban que lo haría. Al contrario que todos los
chavales del internado, Morgan no quería un futuro. Es más, el no lo
necesitaba. Todos los demás, incluso Adrian, se preparaban para buscarse un
trabajo en cuanto cumplieran los dieciocho. Pero los planes de Morgan eran
completamente diferentes. Morgan decía que en cuanto cruzara las puertas del Buckswood
a finales de junio sería un hombre rico y no tendría de que preocuparse. Todos
reían y asentían nerviosamente ante aquellos comentarios que hacia Morgan cada
vez que se hablaba del futuro. Estaban empezando a pensar que a su nuevo amigo,
Morgan, no le quedaba ni una pizca de cordura.
Adrian desterró rápidamente esos
pensamientos de su cabeza y entró en su habitación. Justo antes de que se
sentara en silla frente a su máquina de escribir, percibió unos pasos que se
acercaban por el pasillo y que intentaban abrir la puerta .No quiso imaginar lo
que le pasaría si lo encontraban ahí. Se metió debajo de su somier y dejó de
respirar momentáneamente.
Unos zapatos de color negro
cruzaron la habitación y, tras dejar pasar la mirada por las tres camas que
había, dejaron un paquete de color azul y un sobre encima de la cama de Adrian.
Después, sonrió y se marchó mientras silbaba alegremente. Adrian salió de su
escondite y se limpió el polvo que se había pegado a él durante los minutos que
había permanecido Martin en la habitación.
Martin era el conserje del
internado y, probablemente, la persona que mejor llevaba residir en aquel
agujero para ratas lleno de musgo. Él se encargaba de entregar las cartas de
los familiares a los pocos afortunados que las recibían.
Pero, aquella vez, al observar el
papel del envoltorio de paquete y la firma de la carta Adrian se sintió más desalentado
que nunca. Muchos de sus compañeros, los que contaban con padres vivos que aun
se acordaban de su existencia, se alegraban cada vez que les escribían cartas.
Pero a Adrian la única que le solía escribir, a excepción de su tío en marcadas
ocasiones, era su tía.
Londres,
3 de Mayo de 1930
Querido
Adrian,
Me
pregunto si habrás notado la ausencia de mis cartas últimamente. Sí es así lo
siento muchísimo, pero el tiempo me impide escribirte mucho más de lo que en
realidad me gustaría. Me encantaría contarte con detalle cómo están tus primos
y tu tío y, si fuera posible, que pasaras unos días aquí en Londres con
nosotros. Pero, como tu bien ya sabes, el trabajo nos lo impide.
Adrian paró de leer súbitamente. El
perfume que desprendía la carta y las palabras hipócritas y sofisticadas con
las que su tía le decía que no querían que estuviera con ellos le ponía,
literalmente, enfermo. Durante unos segundos contempló vagamente la posibilidad
de dejar la carta y el misterioso paquete a un lado y seguir trabajando con
Ben. Esta mañana, en clase de Álgebra
había encontrado un apellido para él. Ahora Ben ya no sería Ben sino Ben Aldridge.
Movido por la curiosidad, decidió
seguir leyendo la carta en busca de alguna pista que le dijera que era el
paquete y para que se lo habían enviado a él. Quizás, solo quizás, pudiera ser
algo bueno para Adrian.
¿Qué
tal te va en los estudios ?Espero firmemente que tus notas no hayan bajado.
Pero estoy muy preocupada por lo que la señora Monroe me contó de ti cuando la
llamé. ¿Es verdad eso, Adrian? Nunca lo hubiera esperado de ti, un chico tan
listo y con tantas cualidades, que incitara a un alumno nuevo a faltar a la
cena y que luego se negara a cumplir el castigo que se le había impuesto.
Si
eso es verdad me temo que tu tío y yo deberíamos hablar contigo tarde o
temprano, mejor temprano que tarde. Pero, no te preocupes, no te he escrito
esta carta expresamente para sermonearte por lo que hiciste. Te he escrito esta
carta porque, sintiéndolo muchísimo, me temo que no podrás venir con nosotros a
Londres en las próximas vacaciones. Ya sé que dentro de dos semanas es el
aniversario de la muerte de tus padres y por eso hemos pensado que lo mejor
para ti, que estas tan ocupado con exámenes y demás, seria quedarte en el
internado e ignorar la fecha. Tu tío y yo nos ocuparemos de ir a misa y de
cambiarles las flores, por eso no te preocupes, mi querido Adrian.
Por
último, pero no por eso menos importante, quería decirte que hace tiempo que me
cuentan muchas cosas sobre tu nueva afición. ¿Quieres ser escritor? Eso es
fantástico, Adrian. Seguramente a estas alturas de la carta te preguntarás que
tiene que ver todo lo que te he dicho con el paquete que probablemente ahora
mismo estés sujetando entre tus manos. Te lo diría, pero prefiero que lo abras
y que antes de tirarlo como has hecho siempre con nuestros regalos, le echaras
por lo menos un vistazo.
Un
abrazo,
Adrian no sabía qué hacer. No sabía
si echarse a llorar desconsoladamente, si abrir el paquete como forma de
consolación o si gritar para calmar su enfado. Finalmente las lágrimas que se
agolpaban en sus ojos decidieron por él y empezó a llorar. Cada año, la
situación con su supuesta “familia” empeoraba. Pero este año había sido la gota
que colmaba el vaso. ¿Demasiado ocupado en exámenes para faltar tan solo un
día? ¿A quien pretendía engañar esa mujer diciendo que “creo que eres un chico
tan listo y con tantas cualidades”? Lo que Elizabeth pensaba de él, sin duda,
era que aun era y sería un niño imbécil. Pero, en cierto modo y debido a la
impotencia, Adrian se sentía exactamente así, como un imbécil.
Hizo una bola de papel con la carta
y la tiró por la ventana lo más lejos de su vista que pudo. Otras veces había
guardado las cartas que le enviaba su tía para después reírse con sus amigos
mientras releían las palabras que rezumaban falsedad, pero, esta vez, no quería
volver a ver esa carta. Se limpió bruscamente las lágrimas que aun corrían por
sus mejillas y le dio un puntapié para apartar el dichoso paquete de su cama.
Se tumbó con la mirada perdida en
la inmensidad y suspiró, dejando volar sus pensamientos. Su tía le había
arrebatado cruelmente las ganas de hacer cualquier cosa. Miró de reojo su
máquina de escribir y las hojas que ya había escrito, que le imploraban en
silencio que siguiera escribiendo. Adrian sonrió, después de todo no iba a
permitir que su tía le arruinara en día, ni la vida mucho menos.
Las
luces del alba iluminaban mi habitación obligándome a despertarme. Me desperté
con el dolor de cabeza habitual que me perseguía desde hacía bastante y con el
añadido de estar casi sin voz. Pero eso era lo de menos, de todas formas, yo no
tenía a nadie con quien hablar. Mientras pasaba la mirada por la habitación
sentía asco por todo y, sobre todo, por mí mismo. ¿Cómo había llegado yo a
estar en esta situación?
Recorrí
la casa abriendo ventanas e iluminando habitaciones a las que el sol no había
tocado en, probablemente, años. Quizás, la hora de cambiar de modo de vida
habría llegado. Un ruido me alerto de que alguien estaba llamando a la puerta
de casa. ¿Quién podría estar tan desequilibrado para acercarse aquí? Después de
caer en la depresión, no se puede decir que tratara muy bien a mis vecinos. No traté
decentemente a nadie. Me ruboricé al recordar aquel comportamiento tan
imperdonable y abrí la puerta.
-¿Qué es eso, Adrian?-pregunto una
voz desde el umbral de la puerta, que
segundos más tarde Adrian identificó como la de Peter.
-No es nada.- musitó Adrian
restándole importancia al asunto.-Algo de mi tío.
Peter era curioso por naturaleza y
desde que Adrian y él se habían conocido diez años atrás siempre había querido
saber todo aquello que le rodeaba. Pero, esa vez, Adrian no tenía ganas mas que
de dedicarse a perderse en el mundo de Ben y hablar con Morgan como fuente de
inspiración.
-Está bien.- dijo Peter cambiando
repentinamente el tema de conversación, lo que sorprendió a Adrian, quien se
esperaba que Peter lo atosigara hasta abrir el paquete.- ¿Qué tal llevas lo de
literatura?
Adrian sintió que se estaba
empezando a marear. ¿Examen de literatura? Buscó vagamente un recuerdo de eso
en su cabeza y recordó las palabras de la señora Monroe antes de marcharse de
clase hoy. ”Y con esto, señores, creo que se pueden
hacer una idea aproximada de lo que os va a suponer el próximo examen de
literatura” Se levantó de la silla y bajo la mirada atenta y
desconcertada de Morgan cogió sus libros de literatura y cruzo la habitación.
-Si me necesitáis, estaré en la
biblioteca.-dijo, como forma de cortesía. En realidad, esperaba que nadie lo
necesitara hasta mañana.-Pero, claro está, solo a menos que el internado arda.
Si no, ni os molestéis.
Peter soltó una carcajada y observó
como su amigo salía de la habitación y se iba a la biblioteca. Él ya había
estudiado literatura y, al contrario de lo que hacían los otros alumnos, él no
solía estudiar la víspera al examen. Prefería dedicar ese tiempo a descansar.
Se tumbó sobre su lecho y miró a todos lados
en busca de algo con el que pasar el rato que le quedaba de soledad. Adrian
había estado escribiendo, lo que significaba que podría leer algo más de la
historia a la que aun no le había puesto nombre. Se sentó en frente de la
máquina de escribir, pero al contrario que Adrian, Peter no tocó nada salvo las
hojas que ya estaban escritas. Sonrió, a él le gustaba leer lo que Adrian
escribía, en cierto modo y aunque Adrian no lo admitiera del todo, sus
historias eran buenas.
Justo cuando Ben estaba a punto de
abrirle la puerta a alguien, alguien llamó con los nudillos a la suya, haciendo
que se sobresaltara. ¿Quién no estaría estudiando? Entonces, mientras esa
pregunta invadía sus pensamientos antes ocupados por Ben, supo que quien estaba
tras la puerta no podía ser otro que Morgan.
Se levantó de la silla y giró el
pomo de la puerta para descubrir, con cierta satisfacción, qué había acertado;
era Morgan.
-¿Se puede?-preguntó Morgan con el
semblante sonriente.
Peter asintió haciendo un gesto con
la cabeza para indicarle a Morgan que entrara.
-¿Qué haces que no estás estudiando
como si la vida te fuera en ello?-Morgan miró la habitación en busca de algún
tipo de apunte o algún libro. Pero todo estaba sumido en una extraña
calma.-Quiero decir…-dijo dirigiéndose a Peter quien permanecía ausente con la
mirada perdida en un papel que yacía en el suelo.-, pensaba que todos estaríais
estudiando.
-No me gusta estudiar el día previo
al examen.-Peter sonrió.-Una de mis manías.-Morgan asintió algo confundido.-Prefiero
estudiar varios días antes y después solo repasar.
Morgan chasqueó la lengua y se
sentó en la cama, completamente vacía, de Adrian. A veces, Morgan, creía que
sus amigos tenían una idea aproximada
de cómo era la vida fuera de los muros de piedra que impedían que salieran del
internado. Otras, en cambio, pensaba que solo eran un grupo de fracasados que
se esforzaban en aprobar el curso para nada. Él no tenia motivo alguno para
perder el tiempo en exámenes, después de todo, al salir del internado sería
asquerosamente rico.
-¿Dónde está Adrian?-Peter frunció
el ceño. No le gustaba que Morgan pasara tanto tiempo con su amigo. Tenía la
sensación de que lo único que quería hacer Adrian en estas fechas era hablar
con Morgan y escribir. ¿Dónde habían quedado las tardes en las que ambos se
divertían releyendo las cartas de su tía?-Creía que estaría contigo.
- Estudiando, no quiere que nadie
lo interrumpa. Ya sabes, Adrian se toma enserio sus notas.-dijo Peter con algo de
retintín.
Morgan frunció el ceño y siguió
paseando la mirada por la habitación. De todos los chicos que había conocido en
el poco tiempo que llevaba en el Buckswood Peter era, sin duda alguna, el que
peor le caía. Aunque continuamente sentía
que aquel era un sentimiento mutuo que ambos compartían. Pero, por lo
que a Morgan respectaba, no pensaba irse del grupo sin importar lo que pensara
Peter de él.
-¿Qué se supone que es eso?-Morgan
señaló con el dedo índice la máquina de escribir de Adrian y el montón de
papeles que estaban apilados en un montón a su lado.- ¿Puedo leerlo?
-Supongo que sí.- titubeó Peter. No
sabía si debía dejarle leer las historias pasadas de Adrian. Pero, como Adrian
pensaba usar a Morgan como fuente de inspiración, supuso que a estas alturas le
daría igual. Le tendió el ultimo que había escrito el año pasado.-Este está muy
bien.
Atrapado en una historia
interminable
Cuenta
la leyenda que existía un joven escritor que vivía atrapado sufriendo la misma
historia cada curso de su vida. Y la historia que vivía era una historia que ni
él mismo, aun siendo escritor, podía cambiar. No elegía a los personajes ni se
podía permitir el lujo de conocerlos lo suficiente, el personaje que este año
ocupa el papel de antagonista podía ser el que años atrás hubiera sido un
personaje secundario.
Los
principios siempre seguían el mismo patrón. Septiembre era el mes donde se
ponía la primera letra de aquel nuevo capítulo de la historia interminable. Era
por aquellos días de no demasiado calor ni tampoco de excesivo frio, cuando él
conocía a la que más tarde se la apodaría la antagonista de la historia. En los
meses siguientes no cabían lugar a las dudas ni tampoco a las preocupaciones.
Por aquel entonces, el protagonista no había puesto ni los ojos en la persona
que constantemente estaba a su lado.
Diciembre,
fue uno de los meses que también paso desapercibido por la historia del joven
escritor. Pero, cuando enero anunciaba su entrada, algo casi imperceptible se
formó en la atmósfera que lo rodeaba. Apenas fue un murmullo o quizás
simplemente un suspiro, o, probablemente, un parpadeo lo que hizo decisivo el
cambio.
El
joven escritor empezó a reparar en su entorno, y, quizás justo a tiempo, se dio
cuenta de que la antagonista estaba justo a su lado. Los días desde aquel
momento fueron cambiando, las palabras a las que antes se les adjudicaba
simplemente un tinte cariñoso entre
personas que se conocían, cambiaron de aspecto.
Pronto,
el joven escritor, perdió el sentido de la razón para convertirse en alguien
únicamente guiado por lo que hacía o dejaba de hacer la otra persona. Se hizo
dependiente de la antagonista. Y, cuando todo parecía acercarse a uno de los
más esperados finales felices, cuando la historia parecía que por fin cambiaba,
entonces, fue cuando todo se torció igual que las veces pasadas.
Todo
empezó a cobrar un sentido sombrío y lúgubre que sumió al joven escritor en una
de las peores incertidumbres que había sufrido a los largo de los años. Las
palabras que le habían parecido sinceras y que realmente tenían un tinte
cariñoso ahora le golpeaban bruscamente los oídos haciendo que se sintiera
realmente ultrajado de su dignidad. Todo lo que por el momento había indicado
que la antagonista no sería verdaderamente ella, ahora era mentira. Una vez
más, solo había servido como objeto de burla.
Ya
en junio, cuando la historia amenazaba con acabar, el joven escritor, sumido en
la desesperación y en una de las peores depresiones a las que había sido
sometido a lo largo de la historia, se dejó caer en el pozo de la amargura
hasta que el curso acabara y se despidiera de la antagonista para siempre. Una
vez más, la historia se había vuelto a repetir desde el primer párrafo hasta el
desolador final. Una vez más, el joven había perdido contra el cruel destino.
-¿Y así acaba?-preguntó Morgan a quien
le brillaban los ojos. Peter sonrió, al parecer, le había gustado el relato de
su amigo.- ¿No hay segunda parte?
-Desgraciadamente, no.-respondió Peter.-
Técnicamente el relato volvería a empezar desde el principio.-Peter señaló con
el dedo los primeros párrafos del relato.-Y el protagonista volvería a
septiembre para volver a vivir la historia. De ahí a que se llame “Atrapado en
una historia interminable”.
Adrian se adentró en la biblioteca, que
estaba llena de gente. Escrutó la estancia con los ojos entrecerrados en busca
de su sitio. Maldijo por lo bajo cuando se dio cuenta de que alguien se había
adelantado a sus pasos y le había usurpado el sitio .Atravesó la biblioteca y
encontró un sitio en la última fila.
Después de todo, el sitio no estaba tan mal. Pero no era su sitio. No era el
sitio desde donde llegaba perfectamente el aire de la ventana y desde donde el
sol calentaba la silla para que no pasaras frio.
Abrió su libro de literatura por el
principio de los tres temas que entraban en el examen y suspiro. Estaba
perdido. Echó una mirada hacia la ventana y observó que el sol aun brillaba
resplandeciente. Para cuando saliera de allí, ya no quedaría ni rastro del sol.
Las horas pasaban lentamente
mientras Adrian permanecía sin apartar, ni siquiera durante un segundo, la
vista del libro. Ya casi era media noche pero le había dado tiempo a estudiarse
los tres temas. Y, si el cansancio no se lo impedía, quizás podría aprobar el
examen. Debía aprobarlo. Si no aprobaba se vería obligado a tener que soportar
otra de las cartas de su tía y, si el suspenso era demasiado llamativo, una de
su tío.
-¿Qué?-dijo el señor Davis
recogiendo los libros que tenia sobre su mesa.- ¿Qué tal lo llevas?
-La verdad…-Adrian titubeó antes de
decir que no sabía cómo le saldría. Debía tener una actitud positiva ante aquel
examen.-, es que bastante bien.
Hola! Como los anteriores me parece genial y espero el siguiente. Tengo necesidad de seguir escuchando el susurro de las palabras...
ResponderEliminarBesos con cianuro de tu ultra fan.
Me alegro de que te guste.Mañana,nada más y nada menos,podrás leer el siguiente.
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